miércoles, 28 de abril de 2010

A la sombra del farol.

Hablaban distendidas la farola y su sombra. Ella se quejaba, la farola atónita se justificaba, intentando que su colega bajase el tono.

La sombra se sentía sola, encerrada en aquel oasis de luz, lejos de las zonas en penumbra donde sus iguales se fundían. Se arrejuntaban. Se daban al placer de ser sombra.

Aquellos callejones hedían a sexo lóbrego, a la pobre sombra de la farola se le ponían los dientes largos, patética sollozaba vete-a-la-mierdas a su acompañante de metal, que la miraba con más pena que odio. Le guiñó el ojo y por un momento abrazo a los suyos.

Abrió el parpado. Sus barrotes anaranjados volvieron a cercarla. Blasfemó desde su condición de blasfema criatura. Los suyos se diluían, el naranja de su cárcel se tornaba en gris cemento, con tintes de amanecer la pequeña sombra rogó un “suéltame” por última vez.

La farola tosió una última bocanada de luz, y se apago, libero a la sombra que en esos momentos ya no era sombra, era alborada.

Una alborada que había sido sombra, que había soñado con acabar con esa luz naranja.
Falsa, vomitiva. Que no muestra ni la melancolía de las estrellas, ni la arrogancia de la Luna, ni magnificencia del sol, es solo eso, una puta farola, un trozo de frio metal donde los canes mean.

Un instrumento del ayuntamiento para salvaguardar a sus votantes cuando vuelven a casa una vez de noche.

Yo sé que no he creado esa farola, yo no crearía esa luz. Francamente, no tengo ni puta idea de lo que crearía.

Dudo mucho que un mundo mejor.

Son ya dieciocho años de vida y en estos momentos en los que la noche obliga, toca hacer recuento. Me quedan demasiadas cosas que contar, demasiadas cosas que ni siquiera sé si son ciertas, tengo una agri-amarga bocanada de bilis fresca en la garganta. Estaría orgulloso de poder decir que estoy orgulloso de la vida que he llevado.

Mentiría.

Hoy he cumplido dieciocho años. Hoy soy tan yo como ayer y a lo mejor, en el peor de los casos, un poco menos yo de lo que seré mañana.

lunes, 26 de abril de 2010

Tras dos milenios, tocaría correción.

Bienaventurados los que roban y no son descubiertos, pues ellos se cubrirán de riquezas

Bienaventurados, los que se aprovechan del débil, pues su fuerza jamás será puesta en duda.

Bienaventurados los que esconden rápido la mano tras tirar la primera piedra, pues estarán libres de acusación.

Bienaventurados los cobardes, pues no correrán jamás riesgo alguno.

Bienaventurados los que no saben amar, pues no tendrán que sufrir el querer.

Bienaventurados, los conformistas, aquellos sin sed de conocimientos, pues nada habrán de buscar para ser felices.

Bienaventurados los pobres de alma, pues rica es su cuenta bancaria, y jamás pasaran hambre.

Bienaventurado aquel que ha perdido toda esperanza, bendito sea, aquel que acepta la buenaventura de ser hombre hoy día, todo aquel que sabe que el valor de lo escrito nada puede, pues somos ratas insignificantes, y qué coño….
Bienaventuradas las pútridas e insignificantes ratas, pues ni el más hambriento de los gatos posara en ellas su mirada.

Desagraciado aquel que contempla las estrellas, que aun cree en el valor de un sueño, pobre de ese iluso que dice que su voluntad, su libertad y el amor que siente pueden mover montañas.

Si hubiese algo más, no bendeciría a quienes rehúsan de ello, a no ser que de verdad, os considerase almas benditas, colmadas de felicidad e ignorancia…

Ha sido una semana de mierda, preludio de las tres restantes de lo que se presenta como un mes de mierda. Me parece que va a tocar actualizar poco...

domingo, 18 de abril de 2010

El plié de la mariposa

Reía, sin malicia, sin tonos confusos ocultos en su timbre diáfano. Y mientras el mundo seguía a lo suyo ella volaba, tranquila, como solo alguien que se mueve con esa gracia, rozando el aire con los talones, puede moverse.

El polen boicoteaba los esfuerzos de paseo de los caminantes alérgicos, pero eso a ella se la traía de canto, que más le daba que la gente se ahogase en su propio esputo. ¿Por qué habría de importarle una mierda nada de lo que el mundo a sus pies hiciese o pensase?

Un golpe de suerte, todo había cambiado, tanto tiempo siendo como ellos, fea, rastrera, cínica, temerosa de lo que cielo y ventura le aguardasen.
Y ahí estaba aquel día de Abril. Esquivando a los coches de la Plaza Europa con su capote de seda blanca, aquel que le habían regalado. Decía ella que en compensación a todas las putadas con las que había tenido que tragar hasta ese día.

No le sirvió de nada.

Vi como cruzaba a ras del casco de un “motorista” de pendientes con brillantes y pantalones de chándal blancos y se plantaba en la otra acera, atento presencié como se posaba sutil, como era, en una brizna que se desperezaba. Un chiquillo la miro, ella planto en él sus ojos diminutos, fríos y rotos. De lejos, mientras bailaba, sus rasgos se perdían al contraluz, pero de cerca, seguía siendo un bichejo feo.

O eso le pareció al crio, que mostrando esa buena piedad que nos caracteriza a los viandantes anónimos, reventó el cuerpo de mi bailarina de un pisotón.

Su madre le chistó (“Miguel Ángel, límpiate el zapato antes de subir al bus”). Y a mí, una vez más se me quedo (y no son pocas en lo que llevamos de primavera) cara de pánfilo.

"La derrota de la página en blanco"

Recuerdo la primera carta que me llego, era grande, rectangular, encuadernada entre dos tapas duras y verdes, con grandes letras negras en su portada. “TEO, Va al zoo.” Remitía aquel sobre, que una mañana de mi infancia apareció en mi escritorio (por aquel entonces mesa de juegos), siempre me acordare de aquella sensación de no saber con lo que había topado. En una esquinita estaba mi nombre adherido con una pegatina.

Y lo leí, atento, descubriendo que había vidas escondidas por doquier, voces de tinta que nos llamaban a la aventura. Acepte la llamada de aquel chico y le acompañe en sus viajes, primero al zoo, después a la escuela, al médico… Era un chiquillo, curioso como todos somos con cuatro años y esos regalos que de vez en cuando mi padre dejaba encima de mi mesita, mi cama o en el sofá del salón me parecían el invento más maravilloso del mundo.

Pronto el bueno de Teo me dejo de invitar a sus excursiones, o puede que a mí me dejase de interesar ir una y otra vez al circo, o al médico. Pero a mi escritorio siguieron llegando cartas, esta vez voces más serias, más maduras que reclamaban mi presencia en lugares lejanos con los que yo fantaseaba todas las tardes, playmobil en mano.

Y así fue como me embarque en una galera a Armorica y luché codo a codo con los irreductibles galos, hice frente al invasor romano y me recosté al fuego de una hoguera a disfrutar de un buen jabalí. De mano de aquellas cartas, que a veces tenían como sello una pegatina naranja de “125 ptas.”, visité el salvaje oeste dando caza una y otra vez a los hermanos Dalton, me perdí en las calles de una esperpéntica España, combatiendo el crimen a las órdenes del Superintendente Vicente y busque el tesoro Rackham el Rojo, en compañía del buen capitán Haddock.
Supongo que a los heroinómanos les pasa parecido, empiezan con el consumo puntual de drogas blandas y cuando quieren darse cuenta necesitan tres chutes diarios de jaco para funcionar. Eso me pasó a mí.

Acabé con todas las aventuras que los antes citados me ofrecieron, entonces mi ya escritorio se vio vacio, pero mi padre previsor como pocos empezó a filtrar correspondencia, elegida con bueno ojo, pasada por una criba maestra. Me llegaron cartas nuevas, de sobres más feos, sin el ribete colorido que Goscinny y Uderzo plantaban a sus epístolas galas. Siempre recordaré aquel sobre ajado, de tinta verde que a tantos críos nos llego, con arañazos de lechuza, una invitación a recibir una educación alternativa, grandes cosas viví en Hogwarts, donde volví en al menos otra seis ocasiones, también invitado por esos entes rectangulares y extraños que me apelaban y casi obligaban a plantarme donde fuese dispuesto a disfrutar como un jabato varita/espada/tenedor/prismático/cámara/pistola en ristre.

Hoy he recordado a todas las aventuras a las que me han invitado, puntuales desconocidos.

Yo he buscado la Ciudad de las Bestias. Yo crucé el portal a Idhún de mano de hadas, dragones y unicornios. Yo me encontré a un aviador, que hablaba de zorros y rosas en mitad del Sahara. Yo leí con Bastian las aventuras de Atreyu en el reino de Fantasía. Derroqué con Momo a los hombres de gris. Yo marché de Hobbiton, con Bilbo, obligado por un mago de sombrero gris, y vagué por esas tierras, cabalgando con eorlingas, pasando orcos a cuchillo, viendo como montaraces se convertían en reyes y pequeños hobbits forjaban la historia del mundo. Navegué en una nao desde Mompracem por toda Malasia, solo para contemplar el brillo de una perla que se escondía en Labuán. Sin pisar tierra me embarque en el Pequod, y cacé ballenas a las ordenes de un masturbador autodestructivo de nombre Ahab. Y me debió de gustar el aroma de las olas del mar, porque navegue desde Bristol con Jim Hawkins a la busca y captura del tesoro del Capitán Flint, y de la mano de Arturo y Benito sufrí los vientos cargados de pólvora y salitre cerca del cabo de Trafalgar. Escuché como las proezas de estos hombres de mar eran cantadas en la quilla de un barco cercano a Estambul, y me gustaron estas canciones, tanto fue así que me perdí en los cantos de veredas perdidas y curvas del Duero de Don Machado, pasé noches y noches contemplando la luna a la que Federico cantaba, y bajo la cual gitanas y caballos negros se encorajinaban y miraban altivos a los guardias civiles. Valientes asesinos, que decidieron segar la vida a Paco el del Molino. No me quedé a escuchar su réquiem, pero oí muchos otros. Escuché atento como durante cinco horas se velaba a Mario, desmigando la química del amor. Esa misma química que tantas veces presencie en acción. Estuve ahí cuando la ciencia convertía al buen Doctor Jekyll en Mr. Hyde, asistí a los actos de Iping, donde el brillante Griffin, perdió su brillo, forma y color para convertirse en el inmortal hombre invisible. La ciencia me sirvió también de corcel, de maquina con la que viajar a ese futuro caótico que nos espera, donde los morlocs mantenían a raya a los pequeños y estúpidos eloi. He visto muchos de esos mundos caóticos y perdidos, yo quise alzarme contra el Gran Hermano y acabé por dar con mis huesos en la habitación 101. En una Inglaterra distinta, que a la vez era la misma, vi triunfar sin embargo muchas veces la razón, de manos de un sabueso, adicto a la coca y con manos de violinista que vivía en el 221 de Baker Street. Gentes de su ralea conocí a un buen montón, de entre los que siempre recordare a Hércules Poirot. Investigador de más alta alcurnia que el pobre Robert Langdon, que con su chaqueta de tweed y su reloj de Mickey Mouse acrecentaba esa imagen de que todo lo que le tocaba resolver lo acabaría resolviendo a rastras, sin elegancia. Esa elegancia decimonónica que tanto deseaba poder exhibir Enma Bovary, francesa de lógica inentendible. Como suelen serlo todos los gabachos con los que me he topado, desde ese megalómano que presidia la batalla de Borodino (en la que mis compatriotas se dejaban los bemoles entre el barro y la metralla para avanzar directos a la deserción) hasta aquel miserable de Jean Valjean, que no sabía si no complicarse tontamente la existencia. Mención aparte merece Edmundo Dantes, un pobre diablo al que jodieron a base de bien, y con el que compartí presidio durante todos esos largos años en el castillo de If, el cabrón se supo rehacer y con todo lo que aprendió del viejo Faria armó la de Cristo sin monte, al final encontró el amor y fue feliz. De amor también aprendí en estos viajes, aquellos muchachos que se lo juraron en un balcón de un palacio veronés tuvieron la suerte de ver su peor cara, pero en los cantos, que Neruda me susurraba en noches estrelladas llegué a atisbar lo maravilloso del invento. No era tanta tontería dejarse el pellejo en contar las venturas de una dama, aunque al desgraciado de Alonso le cayesen hostias por doquier… (Di que con la vacía de barbero en la cabeza alguna hostieja era ineludible). Tal vez lo más duro del amor lo aprendí en Macondo, viendo a la pobre estirpe de los Buendía padecer lo efímero de este. A todos los vi morir solos, libres tal vez… a fin de cuentas la vida es saber arrastrar con garbo esa soledad por todas las aventuras que vivimos, dejando que se intercale con las vidas de otros, sin que se enrede por supuesto. Sufrió en exceso de esto el pobre Robinson. Esto mismo que nos explicó el bueno de Max Demian, o nos intento explicar con metáforas cainitas. Cainitas como los pobres hermanos Mario Vicente, Vicente Mario. Su pobre padre se había ahogado en los hechos del pasado, un pasado en el que por la calles de esa misma ciudad paseé con un poeta ciego que buscaba realzar su fama de escritor bohemio del brazo de un hijoputa con trazas de perro lazarillo.

Son muchas vidas las que he vivido, muchas batallas contra la página en blanco a las que me invitaron, en las que vencimos. Victorias del arte, victorias de la imaginación, victorias olvidadas, victorias de olor a tinta y polvo.

Guerras contra el vació de los folios impolutos, de los archivos de Word recién abiertos.

Cruzada, guerra santa, que a día de hoy me toca a mí armar. Ojala algún día os llegue completa mi carta, llamándoos una vez más a armas.

miércoles, 14 de abril de 2010

Fragmento de cosa inacabada

"Le colgué, le había echado de menos, prácticamente mi hermano, nos conocíamos desde siempre, desde los tiempos homéricos de rodillas peladas en las aristas de los columpios, desde nuestros primeros goles en un campo de grava, nuestras primeros calos a un Nobel de la madre de Luis, nuestras primeras litronas, nuestras primeras chicas.

Podría haber pensado que era un error buscar en el pasado un camino que seguir de cara al futuro, podría haberme quedado sin saldo esa misma mañana o el puñetas de Luis podría haber cambiado su móvil patatero por uno de estos nuevos, táctiles (tan sumamente necesarios) de tal forma que me hubiera sido imposible contactar con él.

Pero no, la gilipollez es crónica, así que cogí mi petate con los apuntes de los colegas Sócrates, Nietzsche y CIA y me puse en la cola de la parada del bus.

No sé como los niños aun piden que les lleven al zoo habiendo una fauna tan rica y variopinta a su alcance en los autobuses interurbanos. “Pasen y vean, por un solo euro verán desfilar ante sus ojos a los especímenes mas ridículos y extraordinarios a lo largo de veintidós dispares paradas.”

Inspirador.

La ciudad fluía, se movía y se encorajinaba a ambos lados del autobús, de vez en cuando reparaba en alguna cara conocida a babor, algún cartel gracioso a estribor o en el vaivén de los coches (que si seats, opels, citroens y peugotes) que mecían al autobús como si de una ballena retozando en un banco de merluzas se tratara.

Dentro de la nave dos jóvenes, disfrazadas de rameras mal pintadas discutían a gritos sobre la habilidad felatoria de la que un tercero (un tal “El Johnny”) hacia gala.

A su lado una niña de unos cinco años preguntaba a su abuela sobre dudas léxicas que le surgían a raíz de la conversación de las muchachas (“Abuela, abuela. ¿Qué significa cipote?” Le inquiría la niña con carita de buena).

El resto del autobús seguía a la suyo, una pareja magreándose, un chaval liándose un cigarro, un par enganchados al móvil y el resto mirando al infinito con cara de corderos degollados."


No creo desvelar nada, si lo desvelo mala suerte, en algo como esto he estado trabajando, no es una historia nueva, no es una historia rompedora, pero si es mi historia, tal vez no la mía, pero la que sí que podría por haber acabado siendo mía.

Son sesenta y ocho páginas inconclusas que se dividen en dos partes, es un cuento moderno, la historia de un chaval que no entendía nada, que se sentía perdido, como perdidos se han sentido todos los chavales de la historia y como perdidos se sentirán. Descubrió lo peligroso de los sueños, de no saber medir su fuerza de mala droga y se la jugó. Se jugó todo a un giro de tambor, de un tambor que como en este en el que escribo estaba peligrosamente cargado.

Donde creo jugarme el nombre es en la segunda parte de la novela, para la que busco título (creo que finalmente llevara la de este blog) y final... porque final tiene, pero no sé cómo llegar hasta él.

Yo escribo así. Este párrafo no tiene nada, por eso lo pongo. Pero en conjunto, a mi es por lo menos algo que me gusta, de forma y concepto. A ver si hay suerte y ganamos el concurso.

Y si no gano, pues nada, habre sido feliz escribiendo y saldra entero por aquí, para que alguien lo pueda juzgar. Asi que tiempo al tiempo

domingo, 11 de abril de 2010

"Cuarto sin ventanas"

Era un caserón de esos que ya no se levantan, robusto en su gesto torcido, de anciano que con la punta de la nariz ya va olisqueando el suelo que le dará por tanto tiempo reposo.

No parecía asustado ante el derrumbe de sus piezas, cualquier otro que contemplase como su piel cuarteada caía desconchada sobre el suelo, tal vez hubiese gritado, se habría chiscado en los muertos de alguien o habría consultado a un dermatólogo.

Pero él no. Él se contentaba con saber que seguía en pie cada segundo que se mantenía erguido. Por mucho que le pesasen sus tejas ennegrecidas y le dolieran las vigas, ya roídas. No se quiso venir abajo, contenía vida, escuchaba en su interior risas, gritos, golpes y gemidos.

Sonidos que nunca quiso traicionar. Supongo que esas manchas de humedad que los críos vieron en el desván eran la transpiración del coloso, que vivía en completa tensión por evitar que su mollera diese con el suelo.

Y al final le pudo el peso del hormigón. Retumbo la tierra, el titánico esfuerzo había valido la pena. Murió con las cortinas puestas.


PS:Y yo sigo, de pie y con la novela, y para que lo sepáis: estoy a dos párrafos de la muerte, absurdo invento.

martes, 6 de abril de 2010

Y al final, pues ensancha el alma...

Valor, aguanta…
Es una colina
Es una maldita cuesta
Eso a lo que llaman vida
Caminos empedrados y negras cuevas
No es fácil el ascenso
Si te dije lo contrario mentí
Toca resarcirse, levanta
Te ayudo
Una puta condición
Mira abajo
Pero hazlo sin el temor
De ver tus costras arrancadas
Tu sangre ya derramada
Colmando rocas y salientes
Mira y piensa:
“Llego a la cima en breves…
Ya llega mi recompensa”
Te la mereces
La cumbre y todo lo que en ella mora
Lejos de la mierda del llano
Que nunca más
Volverás a pisar
¡Y que si caes!
Si te despeñas
¡No jodas!
Dolor, rabia y pena
Y el miedo y la soledad
Sobreponte
Hombre te haces escalando
Hombre te harás levantando
Cegado tal vez por las lágrimas
Que difuminan…
Esos rayos que apagados te manda el sol
En tu fuero interno dices:
“Más para cegar
Que realmente para alumbrar”
¿Y qué?
¿Y que si astros nublan tu vista?
¿Y que si tienes el alma rota?
Aguanta
Puedes, debes y lo harás
Eres fuerte
Muy fuerte y colmada esta tu alma
De valentía y vitalidad
No te rindas
Los callos (se) forjan (en) el camino
Lo conseguirás
Y desde la cima
¡Escupe!
“Por todo el miedo que tuve”
¡Escupe!
Deja tu mancha en la creación
Para después borrarla
Tu mismo, a base de amor


sábado, 3 de abril de 2010

Deshojando cuadernos, considerando rendición.

Todas las noches me invento un mundo pequeñito que cabe en la palma de mi mano, un mundo que ríe, que crece entornándose alrededor de la luz anaranjada de mi habitación, un mundo hecho con promesas de mejora, un mundo cimentado en falsas esperanzas de redención, un mundo que se levanta contra los fantasmas del cinismo.

Pero de la misma manera que decide nacer, todas las madrugadas llega el momento del cataclismo, siempre me acabo cansando de ese sueño, de esas teclas hundidas arremolinadas en versos o en párrafos, la vida mas allá de mi vida es un fichero Word.

Un fichero con fecha de caducidad, un fichero inconcluso y maldito que un virus, o un golpe, o una descarga de ira mal enfocada borrara.

Y volverán mis sabanas, mis dulces quimeras eróticas, mis pesadillas sado-solitarias y el sol como un cabrón me dirá que todo se acabo.

Lo cibernético, lo onírico, todo tiene un punto final, que una fuerza mayor, esa que tiñe de marrón nuestras vidas en octubre y de verde pistacho nuestro paseos de marzo, decide trazar de un plumazo.

Escritor aficionado, fallas como un novato ebrio. La gracia de esto, de las alucinaciones de borracho, de las fantasías de crio, de las divagaciones de escritor marginal (tanto en público como en sueldo), está en que ni una mala noche, ni una mala racha, ni un encumbramiento repentino, ni el peor de los olvidos, ni las mantas del descanso diario, ni el sepulcro del descanso eterno, ni un astro rey, ni un padre creador, ni nada de nada, puede dejarnos sin combustible, quietos, muertos de asco en la estacada.

Porque todos esos imprevistos quema-gasofa/jode-depósitos son nuestro combustible.

Levántate, salgamos en viaje de recreo, no te abrigues pero grita, llora si lo consideras necesario, nunca olvides lo que has venido a hacer.

Chirlero en albornoz. Así me siento hoy, de oxido y felpa, hasta los cojones.

jueves, 1 de abril de 2010

En ello laboramos

Mentiría si excusase la falta de actualizaciones con algo que no fuera mi desidia, bueno, aun así, he estado ocupado.

Y os doy la primicia: llevo dedicando los segundillos de creación que la vida me brinda a la redacción de una novela, una señora(señorita de momento) novela, una nivolilla de las que ya no se hacen, de las de hombres duros venidos a menos que se desploman con su mundo en las calles de una ciudad sin ley, mientras una sinécdoque rabiosa hace presa en su rodilla, postrándoles, con los ojos en blanco, retorciéndose de dolor ven el mundo, se miran mutuamente a los ojos, y gritan.

En eso trabajo, entre párrafo y párrafo, escribo poemillas, soy hombre polifacético, de polisémica interpretación, disfrutadme.
No.
No me quedan huevos,
Ni fuerzas,
Ni una triste oportunidad…
¿Cómo volver a levantarme…
Si tantas veces me tumbo la vida?
Que me venga ahora…
El cuchillo trapero,
La navaja enmohecida,
El filo rajante, del inesperado traspié.
Que venga rápido
Tan rápido como llegaron las despedidas
Los adioses recalcitrantes, esas obstinadas miradas
Que a mala hostia me lanzabas
Desde las vías del tren
Cuando bajan las barreras
Y suenan tintineantes las luces del azar
Cuando volaba rasante el acero
A ti se te ocurrió, dejar de caminar


Realmente, no valgo como poeta. Guardadme el secreto.