jueves, 29 de julio de 2010

Perdido en la antesala.






Los relojes se tuercen, retuercen y desenroscan, a sus pies su cabeza cruje, las ideas y los sueños chascan, los ojos giran en sus cuencas, como remoloneando en un baño caliente del que no quieren salir, ve en el futuro una llama, pero el tiempo no se detiene. El tiempo arde, a los pies de varios relojes torcidos de pared.

Y ahí está el, entre los segundos calcinados que caen al suelo al ritmo de un compás de cuatro por negra. Un blues recogido. Agónico.

El ambiente, como el de las ciudades sin ley, de los cuartos sin ventanas, el de los susurros a la espalda. Cargado, húmedo, serpentino. Extraño.

Él llevaba un morral a la espalda. “Que se negaba a arder” solía aclarar cada vez que contaba la historia.

Pues ahí estaba, en aquella habitación, sin tiempo ni luz, sin futuro aparente, pero con calor, con una leve sudada de hielos fundidos con salitre sobre mi espalda.
O su espalda.

Una espalda que se arqueó. Porque se ahogaba en el ambiente de aquella sauna sin hora, ni lugar. Con la vida mustia que le daba sus visitantes, que solo arqueando la espalda atinaban a salir.

Como el que se levanta muy deprisa.

Salieron de ahí. Se separaron, y con los ojos aun vidriosos se acertaron a mirar. El alcohol desdibuja ese lienzo. Ya no recuerdan ese cuadro.

Se dieron la vuelta, se perdieron en las corrientes inmutables de aquel bar.

Murió la noche, con ella la consciencia y al hacerse de día se pasó la lengua por los dientes, le quedaba el sabor a jumar en la boca, el aroma a sudor en la axila y el recuerdo de unos relojes que se retorcían sobre sí mismo.

Se levanto, palpó los vaqueros, que derrotados sobre la mesa parecían sacarle la lengua, muertos de cansancio.

Nada. Nada de interés, una octavilla escrita en una octavilla. Un recordatorio, una llave con letra de borracho.

Tiró la octavilla, se tiró en la cama, miro al techo. No ardía.

domingo, 25 de julio de 2010

"¡Ay Poeta!"









Gato, de andares encorvados, patizambos, desgarbados. Pantera desteñida, era de día.

Animales pardos, en noches oscuras, con los ojos negros y los dientes amarillos:
loros amaestrados, armadillos encogidos, gacelas a la huida, perros lazarillos.

Somos palabrotas en picos ajenos, jadeos cadenciosos en hocicos húmedos, con el rabo entre las piernas y con ojillos tiernos.

Pero sacando colmillo.

Diciendo “Aléjate, o por lo menos, no te acerques por favor.”.

He perdido los barrotes, como una cebra de hojalata sin rayas, como una ballena desvarada.

Y acampo en la ciudad, como las promesas, libre y sin la necesidad de volver.

“¿A dónde?” preguntan los taxistas, antes de girar y virar, y perderse por calles que no conoces, alargando el trayecto innecesariamente.

“A una jaula”, luego a otra, de metal, de sueños, de madera o de inclasificable materia gris.

Cuando el taxímetro pare, como el clic clac de las teclas de una Olivetti cuando se acaban las ideas… corre.

Sin mirar atrás.

Dolor en las alas, abatidas.

Quemaba el asfalto, una de las muchas noches en las que no miré a atrás, una noche sin barrotes.

Una noche para aprender a volar. Cayendo con estilo a los pies de un cazador.

Era como yo, un animal enfadado, le zumbaban los oídos por culpa de una bomba atónita, una de esas cargadas de resignación suicida.

Era presa de un arma, un arma que empuñaba, un arma que me tumbo.

Un marinero lejos del mar, que me apuntaba con su rifle, un arma llena de futuro.





-.La foto es de un juguetito nuevo que me he echado, una Linea 98. Esto es lo primero que escribo con La Bicha (como la he bautizado). Soy un fetichista incurable, os miento si os digo que el traqueteo de las teclas no me excita.

sábado, 24 de julio de 2010

Bandera blanca en el malecón.







Sin pesar, con rabia, con violencia inerte, de esa que mueve sistemas, de esa que delimita senderos, alinea planetas. Con el pulso constante de un viejo rock and roll, apretaba teclas. Pensando en tiempos mejores, en días de vino y rosas y no en las tormentas de granizo y ranas que veía por su ventanal. Escupió a la pantalla. No tenía nada que decir.

“¿A que saben los besos que nunca probé?”, preguntaba al desmenuzado teclado que en silencio le respondía, arqueando sus tildes y encogiendo las mayúsculas: “A lo mismo que todos los demás.”.

Se repetía la historia, como se repite la morcilla, que también está hecha de sangre seca.

Como la que tomaba el sol bajo su bigote. Como la que el cepillo de dientes se llevaba todas las noches de sus encías. Como la que se había lamido de todas sus heridas, esas que la vida, con sus mentiras afiladas y sus jugarretas contundentes le había ido brindando.

Una pierna rota por una metáfora que no había sabido entender, un corazón partido, por la ironía. “Riesgos de jugar a esto sin valerse del humor como escudo” le comentó al teclado.

El seguía a lo suyo, llevaba tan bien como podía lo de que le metieran el dedo en la yaga. “Si”, le quería contestar, pero no supo, tan solo acertaba a interpretar los golpes que recibía, sin pararse a dar réplica. Formaba palabras, palabras vacías. Efímeras. De esas que un mal Alt+F4 pueden borrar.

Y si no acababan los unos y ceros con ellas, sería el fuego, ese que acaba con todo. Ese que tiempo atrás aquel mismo teclado había visto en las pupilas marrones del escritor. Una llama que se había tornado en chispa, una chispa que se había quedado en gas. Un gas que no tenía ya fuelle.

Eso le quedaba. El anhelo esbafado de lo que había sido un sueño.
Claudicar.

“Resignarse…”. Escribió. El teclado rebosaba escepticismo, pese a todo, se sentía hundido, el fracaso de esos dedos, de esa mente, de ese corazón, era su fracaso.
Una carta de rendición. Poco le quedaba por hacer, aceptar la voluntad de aquel que escribía sus páginas. Cerrase sobre sí mismo y permanecer a la espera de que lo volvieran a necesitar.

Un destino amargo, como suelen ser los destinos. “Si son dulces los llaman recompensas.” Esclarecía el escritor, ante el ánimo aplastado de su compañero de fatigas.

Muchas noches en vela, desafiando a un lienzo, al vacio, a eso que tantos hombres temen, y que con su complicidad algunas maquinas ayudan a vencer. “Esto no acaba aquí.” Se dijo el teclado para sus circuitos.

Cruzo los cables y se encomendó a su antivirus. La pantalla vehemente, acudió en su ayuda.

Un “¿Estás seguro?” apareció en el fichero de Word, ante la mirada atónita del escritor.

“Si.” Tecleo aquel hombre, un joven ya viejo, con más miedo que alma.

“Fue bonito.” Brotó de la nada, agradeciendo su labor al literato.

“Siempre lo es, por eso lo hicimos.”

“¿No te queda nada?” le pregunto el teclado, aferrándose a cualquier posibilidad, por ínfima que fuese.

“Son todo trucos muy vistos, nada digno de repiquetearte.” Tecleó el caballero, con el gesto torcido, como intentando evitar que las entrañas se le salieran por la boca.

“¿Y esos roces que tuvimos?, ¿Esas caricias que no llegaron a nada? Tantas veces paseaste por mis teclas tus yemas para al final callarte…” dijo el teclado, usando su Times New Roman mas dolida y temblorosa.

“No tenía nada que decir… Como hoy, solo me queda un gracias, darle al “guardar como” y todo habrá acabado.” Respondió el escritor, con una forzada condescendencia.

“Pues adelante, yo no soy quien ha de aceptar tu rendición” Susurró en Arial Cursiva, como quien encorajinado pide a su verdugo que se dé prisa en liquidarle.

“-.Gracias…”

Y se apagó en su silla, tranquilo, con seriedad. El escáner bostezo un haz de luz. Ya era de día.

martes, 20 de julio de 2010

Pólvora mojada.



Nos ahogamos en los mismos sueños.

Naufragamos en los mismos charcos.

Nos cortamos con el mismo papel.

Las manos manchadas con la misma tinta.

Las mismas arrugas en nuestras páginas.

Debimos encontrar la misma rueca.

O una cruz parecida, o unos barrotes similares, o un bozal igual al que le pusieron al otro. Y así estamos ahora.

Dormidos, camino al Gólgota, a la sombra, con los dientes apretados y la suela de los zapatos roída.

¿Y qué esperas?

Que el viento borre nuestro camino, se llevará volando este atolón de arena fina, esta hilera de promesas rotas, un futuro que se reescribe con cada palabra.

Palabras como : “Puñetas.” ,”Trajín.”, “Miedo.” ,”Cortaúñas.”, ”Espuma.”

Palabras de doble sentido y laxa moral. Como tu vida, como la mía, como lo que pudo ser.

Como lo que será; (punto y coma, pero también dos puntos a la vez) un chiste grotesco y sin gracia.

Yo.





-.Foto de Adriana Tudela (a mi me parece cojonuda,la chica y la foto, vaya),vale la pena echarle un ojo a las obras de arte que tiene colgadas en la red de redes: http://www.tuenti.com/#m=Profile&func=index&user_id=67442775

miércoles, 14 de julio de 2010

Rapsoda insomne.




Me enerva la cadencia arrítmica de los silencios.

Las miradas muertas, que esgrimidas como dagas, nos sirven de escudo. Puñales, que lanzamos por encima de nuestros hombros.

Con el total disimulo del descaro. No sé ni cómo miro. Ni como coño me miran, pero me siento observado. Estoy bajo el mazo moral de una divinidad menor, de esas que bailan en los trigales, de ética intachable. Es él quien juzga mis actos.

“Siéntate y pedalea”, nada más que decir.

Me enervan tantas cosas:

Que las farolas se coman las estrellas, que, a bocados chiquititos, las hagan desaparecer.

Que a oscuras mire al suelo y no queden lagartijas.

Que la gente no salga corriendo a la calle, descalza, a sentir lo que se siente de noche bajo el cielo, cuando el cielo ya no está.

Que andando no choque mi hombro con el de algún peatón al que querría conocer. Cruce amargo de miradas, que se quedaría en nada…

Que ni siquiera pueda regalar miradas furtivas a mujeres de esas que me obvian o me repudian o en el mejor de los casos me sacan la lengua desde lejos.

Me enerva intentar explicarle algo a la luna, que hoy brilla por su ausencia.

Me irrita ser un triste vilano que no puede permitirse el lujo de ser malo.

Un títere en manos poco duchas, un avatar de mi mismo. Desgastado, con las aristas limadas. Con los dientes mellados. Pero cuidado, que aun tengo mordida.

Y veneno. Un veneno que también me enerva, que no controlo. Un veneno que sabe a bochorno y soledad, a aforismo gastado, al calor de la nostalgia.

A las malas obras de un pasado, que se olvida, porque mi historia avanza, hay cada día una nueva noche, en la que en la soledad de mi alfeizar, me sigo sintiendo irritado por todas esas noches que se pierden al otro lado de la ventana.

Ya sabes. La luna de las noches no es la luna. Las noches sin luna, son noches en vela.

.

La foto, de Claudia Ibarzo, fotógrafa, blogger y jotera. Titula: "Valla" y me recuerda un chiste malísimo. El del hombre entre las dos vallas.

miércoles, 7 de julio de 2010

El tahúr no juega limpio.

Me preguntan por el título del Blog, o no, no lo hacen, pero es bueno a veces explicar el porqué de las cosas.

Así que me dejo de poemas, de cuentecillos y de coñas. Un alto el fuego en toda regla, para explicar una metáfora de forajidos y revólveres.





“¿Por qué ruleta?”

Porque hay tahúres que nos malacostumbramos, a perder haciendo trampas, a jugarnos una mala mano, a pensar que solo hay una bala en el tambor.

Cosas de creerse más listo que la Suerte, que la tientas para que caiga en tu trampa, nos exponemos como cebo, que más nos dará. Tampoco perdemos nada.

Ella nunca nos sonrió, enjaulada es como estas más guapa, no me gruñas desde detrás de los barrotes coño, no fuerces los grilletes, gime, bien, que yo no te suelto.

Eso, recuérdame el cinismo que hay en autodenominarse tahúr, lo hijoputa que me pongo cuando me vanaglorio de todas las jugarretas que te he hecho.

Que te jodan.

“¿Por qué rusa?”

Porque el precio de este juego es tu pellejo, no te olvides, no te excuses, esto se acaba, un día cuando el verso arrecié, se acercará taciturna a ti, acariciará melosa tu piel muerta, tus costras, tus uñas cortadas, tu pelo caído, las legañas secas que te habías quitado al despertar.

Y te mirará, como se mira la carne poco hecha, a las tostadas quemadas. Sin saber por donde cogerte extenderá el brazo y te palpará la cara.

¿Qué se espera encontrar? Deshechos en la comisura de los labios, pelotillas en la nariz, ecos de otras eras en los oídos, la mirada del que espera en los ojos.

Tampoco habrá más, buscara algo que os una, y encontrará un corazón latiendo lento, perezoso. Como el suyo.

El tiempo se parará, pero aun tiritarán azules los astros a lo lejos, aun se forjará la historia muerto a muerto, se olvidarán amores, se recordarán osos blancos, los relojes marcarán la hora, algunos la buena, otros la suya propia.

Se irá el estéreo, después el mono, te quedaras sordo, el calor te dejará, detrás de él la luz, y ahí permanecerás, aislado. En estado de llanto quebrado, con agua caliente cayéndote por los hombros.

Te morirás, como me pasará a mí, habrá un punto final, después de todos los puntos y seguido, y los paréntesis y los puntos y aparte.

Aun estas tiempo de hacer borrón y cuenta nueva, arranca todas las páginas que quieras. Te quedan las que te quedan.

“¿Por qué a seis balas?”

Balas…porque debo de ser un inconsciente, un ingenuo o simplemente imbécil. Pero aun tengo la esperanza de que mi merecida mala suerte desaparezca, de que las balas se desvíen por arte de magia. Difícil. El arma la empuño yo y disparo a quemarropa.

El mundo se cambia a tiros, se usen balas de plomo o de tinta. “¿Quieres cambiar el mundo capullo? Pues cámbiate primero a ti”.

Por eso me estoy apuntando, soy mi primera Bastilla. Caerán otras, torres más altas, palacios de invierno… para esos me guardo las otras cinco.

Como Clint Eastwood planteó en una situación no muy distinta a esta:

"El mundo se divide en dos categorías: los que tienen el revólver cargado y los que cavan. Yo tengo pistola, así que tú cavas".

jueves, 1 de julio de 2010

A Pablo Guerrero



Hay días que el Sol, harto del mundo como está, pasa por encima de nosotros de puntillas, sin hacer ruido, escondidito detrás de las nubes.

Esos días se le hacen largos y perezosos y hay momentos en los que asoma la frente por encima de su escondite, no vaya a ser que se pierda algo interesante.

“Tiene que llover…” Piensa el Sol, hablándolo consigo mismo en silencio.

“Pero tú y yo sabemos que hoy no lloverá. Tampoco serviría de nada” Le ríe la nube.

Pero el sol no le contesta, agacha la cabeza y sigue andando, se pasea por su húmeda trinchera, su suave trinchera, su inaccesible trinchera.

Hecha de lo mismo de lo que forramos nuestros cráneos y paradójicamente lo que le parapeta de nuestras miradas.

De nuestros anhelos. De nosotros mismos.

“Tiene que llover… a cantaros” Comenta el Sol, sentado en la cuneta del sendero que se pule de sí a sí todos los días.

Y la nube le mira, condescendiente, comprensiva, y se abre de piernas, le da ese capricho al Sol.

De eso están hechas nubes.

De bálsamo para días duros. De sueños que nos cobijan cuando nuestro andar se trunca. De lluvia contenida, que aun esta por caer.

De eso estamos hechos.


"Es el amor del agua cuando quiere
salvar la sed del hombre
y deshoja su aroma
en los campos blanqueados
por la flor del espino.

Es el amor del agua, la memoria
que hace vivos los cuerpos,
que hace vivas las nubes,
que hace vivas las selvas."


(Esta vez no sé de quien es la foto, "Atardecer en Camboya" titula)

Las águilas no cazan moscas.




Me ladran los charcos, que se creen perros, con el aroma a mojado y el lomo manchado de pisotones de quienes por ellos no velan.

Yo les bufo, y erizo los pelos del cogote, pero tampoco sirve para nada, porque no soy un gato, por mucho que vaya y venga, por mucho que mire curioso y ladee la cabeza, por mucho que me lama las heridas, por mucho que saque las garras y acorrale a alguna rata de vez en cuando.

Me ladran los coches, que se creen lobos, corriendo salvajes en manada, deteniéndose bajo lunas coloridas a las que aúllan.

Yo paso volando delante de ellos, intentando evitar su dentellada de acero, pero no sirve de nada, porque no soy un cuervo, aunque a menudo gruña, aunque juntándote conmigo aspires a quedarte tuerto, aunque mi cabeza se pierda entre nubes algunos jueves sueltos. Yo no como carroña.

Aunque todo llegará, porque me ladran unos muchachos, que se creen hienas, que rodean a un pobre-joven antílope, que vacía sobre sus garras las propias entrañas.

Yo de dos saltos me pierdo, que aun no quiero ser carroña, pero no sirve de nada, porque yo no soy una gacela, pero admito que a menudo brinco en manada, admito que si me encelan suelto un par de buenas cornadas, admito que me siento presa a menudo y sobre todo admito que antes de dejarme los cuernos en lucha perdida, yo, más prudente que valiente, emprendo retirada.


Vivo en una jungla. Soy un mal bicho.


No paso de ser un Ecce Homo con ascendencia de Neanderthal.




* La foto es de Silvia Duarte, estudiante de artes, si vives en Zaragoza raro que no la conozcas y quieras... Estupenda chica y maravillosa fotógrafa.