viernes, 24 de septiembre de 2010

Percherón de bolsillo








Giraba aquel poni, con la vista clavada en el suelo, resoplando con fuerza, sus patas se doblaban y sus costillas parecían siempre a punto de reventar.

Las patadas que su pequeño jinete le calzaba no parecían importunarle, pero en sus ojos muertos se podía ver el dolor, el peso de tanto viaje a ninguna parte. De tanto recuerdo aun por cicatrizar.

Así me miro a mí y yo me deje llevar; perdiéndome en la riada del mí; del pasado, del mejor.

Un viaje sin escalas a un hogar lejano, de suelo arenoso, calor sofocante y monos escondidos en los altillos; de días de circo y otros tantos de feria. De caballos enanos que de tanto girar alrededor de una rueda conseguían escapar a donde mi imaginación les llevara, espoleándolos con un silbido de sueños de pequeño cowboy.

Un vaquero rudo, de andares turbios y ojos grises, de esos que cortan la mayonesa con solo mirarla. Así giraba yo, giraba hasta que una mano, tendida desde más allá del abismo me obligaba a volver; a mí, al revolver más rápido del O.K. Corral, al más preciso de todos los sables que Dumas se atrevió a imaginar, al más feroz de los tigres de Mompracem, al más irreductible de todos los galos…

Me arrancaban de ese mundo, como arrancaba yo (en acto de venganza inconsciente) las margaritas para deshojarlas. Sin malicia, sin sentir la necesidad de someterlas a mis preguntas indiscretas, con ingenuidad les quitaba uno a uno sus pétalos mientras ellas me miraban pidiendo clemencia, clavando en mí ese ojo amarillo.

Yo que no entendía aquello corría, encaramándome a esas barras de acero multicolor que cubrían el verde de los parques; veloz, huyendo de una lava invisible que pisaba mis talones.

Y desde lo más alto de la más alta torre observaba mi reino, las cuatro esquinas de aquel parque, bosques para mí, selvas que habitaban criaturas mágicas, perros de tres cabezas con antifaz y algún que otro halcón; senderos sinuosos que recorría a lomos de mi corcel, en el asiento de mi Ford o en la cabina de mi nave espacial.

De vuelta a casa, me sentaba en la cama y sujetando entre mis manos embarradas una ajada espada de cartón pensaba en todos mis enemigos, en aquellos cuatreros, soldados, dragones o hienas que aprovechándose de mi imaginación se aparecían frente a mí, con esa chulería de matón de barrio que los malos de los tebeos llevan al extremo.

Pero yo que les iba a temer. Yo era un héroe: incorruptible, valiente, intrépido e invencible. Como mi montura, aquel pobre animal, que un gitano maltrataba y al que llamaban con sorna “Pitufo”

Un día olvide como se usaban sus riendas. A la pobre Imaginación le empezaron a pesar los años y dijo que ya no estaba para alardes.

Los ponis siguieron viniendo, girando como locos; siempre al lado de aquella churrería. Pero yo no tenía ya ojos para ellos, poco quedaba de aquel joven caballero, que a capa y espada quería salvaguardar su honor y el de todos los hombres justos e indefensos.

Yo ya era un villano, parte más de aquellos sueños de infancia.

Y aunque no hemos vuelto a cruzar palabra, ni a cargar encorajinados contra un dragón cada vez que me ve, Pitufo sacude la cabeza, escupe un soplido y con el redoble cínico de sus cascos me suelta un “¡Ay Manolete! Quién te ha visto y quién te ve…”

Puto caballo enano, se merecería vida de semental.




Nota del autor: La foto es de una estatua de Botero en Medellín, Colombia; la foto es de un muchacho de la zona que tiene a bien decir que: "Los caballos de Botero se sienten más libres cuando miran al cielo". http://www.flickr.com/photos/tecnorrante/

domingo, 19 de septiembre de 2010

Banderas rotas







Hoy el Cierzo, al despertar se ha llevado la lengua a los labios y ha soplado; como todas las mañanas ha sido un suspiro largo, lánguido y calmado, preludio del inmisericorde vendaval que día tras día nos prepara.

Sus vientos cazaban voces por las calles, susurros de madrugada, el forcejeo valiente contra las sabanas blancas, algún gemido también. Sonidos que quedaban prendidos del filo de ese soplo; frio y penetrante que como un bumerán ha vuelto a los oídos de su dueño.

Un huracán sin sparring posible; así se ha debido de sentir, porque tras el primer golpe se la ha envainado y silbando ha girado sobre sus talones (testigos presenciales aseguran que cabizbajo) con las manos en los bolsillos y una lagrimilla colgando.

“Que ya no hay voces que valga la pena esparcir” se ha justificado cuando le ha preguntado el Meteosat.

Y algo así han debido murmurar las lagartijas, que curiosas, se han asomado por las grietas como buscando a un antiguo compañero, a alguien con quien compartir un descanso apoyados en aquellas piedras con musgo que tanto saben apreciar los animales de sangre fría.

El Sol presenciaba los hechos, incrédulo; quién le iba a decirle a él que en pleno septiembre iba a germinar la semilla tardía de la primavera…

Nada de escepticismo, todo lo contrario, con dulzura dirigía hacia nosotros sus rayos; calentando el verde tenue que da color al oasis gris de vida cimentada que tenemos por hogar. Y joder si lo ha hecho bien.

Por un día olía a verde; aunque claro, puede que no sea cosa del Sol, a lo mejor era el río; que hoy parecía emperrado en no volver la vista atrás.

Se dedicaba a discurrir, arrastrando olor a chopo y noguera; olor a vida, a aventura, todas ellas pasadas.

Tenía los ojos vidriosos, sus afluentes le abrazaban y la gente caminaba. Muchos absortos, pensando en el inminente invierno; otros parecían darse cuenta de que hoy nuestra tierra se disfrazaba de Libertad.

Obviando banderas, con fingida entereza, a lo mejor le ha faltado naturalidad… no sabía que hacer este viejo secarral.

Hay que entenderle, (gracias a Dios) no todos los días muere un poeta.





PD: La foto es de un meandro que hace el Ebro con chulería (como mirando al tendido el muy hijoputa...) a la altura Alfocea, la foto es de David Martín Castán (http://www.flickr.com/photos/tucucumba), un paisano. Por favor, no se me tenga en cuenta este sentimiento aragonés del que hoy hago gala; me lo pide el alma.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Mausoleo de bolsillo





La huelga estaba siendo un éxito en aquel vergel venido a menos, aplastado por el peso del mármol enmohecido y el granito tallado, no quedaba ni un segundero dispuesto a volver a ser explotado.

Todos callaban, otorgando una paz velada, consternada, de mentiras pasadas; de esas que los relojes de pulsera tan bien conocen. De eso escriben en sus tardes de soledad.

Como aquella, plomiza, en la que el Sol brillaba por su ausencia; las lagrimas de pesar salpicaban por doquier esas callejuelas empinadas. Aquella tarde las endebles manecillas de todos aquellos relojes, con sus cuerpos de plástico, acero, oro o titanio nacarado, temblaban, aguantando al unísono la respiración.

Decían esas malas lenguas de trapo que no les necesitaban y ellos discrepaban, paseándose ante sus narices con su chulería torera, esa que gallardos exhiben quienes se creen ineludibles, esa con la que muerte y amor miran a sus presas.

Un tic tac enmudecido hacía retumbar el pavimento, los paseantes inquietos miraban atónitos la huelga golpeando a aquellos explotadores sublevados con la uña, intentando dar con algún esquirol.

Olía a tierra mojada, a hormiga húmeda y a tiempo parado. Y las prisas decidieron esfumarse. No les gustaba aquella colina, despertaba en sus entrañas de sentimiento presuroso un tenue latir de culpa. Y claro, siendo las prisas ese culo de mal asiento que son no iban a quedarse quietas con el regusto amargo del arrepentimiento asomándoles por el gaznate.

Ese paréntesis de calma no perturbaba el ser de aquel rincón de la ciudad. Aquella costra en la memoria del hombre, aquel paramo yermo regado de sonrisas melancólicas y rosas, alguna azucena y sobre todo el latir contenido de todos aquellos relojes.

De entre los nichos escapó un estertor, lo que en vida hubiera sido una risa, sin nervio, tranquila, una mueca de aquel que ya no tiene nada que esperar y puede entregarse a la desidia del descanso; los relojes se percataron.

Ellos que tenían a todos los hombres postrados, encadenados y cumpliendo la condena del vivir a ritmo de tambor de galera, nada tenían que hacer con esos cuerpos, de carne mórbida. Pasto de gusanos, que también hacían oídos sordos al tic-tac de sus entrañas; en aquel lugar nadie temía el sonido de lo inevitable pues nada quedaba por evitar.

Frustrados y acobardados los relojes se limitaron a correr un hueco en sus cadenas, a apretarse con fuerza a las muñecas de sus esclavos. Habían fracasado y cabreados retomaron a coro ese pulso maldito, ese aviso de bomba, ese que todos los presentes conocían, que algunos aun temían y que otros disfrutaban pues a sus oídos podridos de silencio ya se les había olvidado el taladrar de aquel redoble.

Un tic-tac que languideció a las puertas de la muerte. Como languidece el corazón.




PS. La foto es de una muchacha que deduzco carbayona, llevaba pensado poner otra, también suya, una cripta de su tierra que la chica había captado con aire hicthcockiano. No todo son muertos, la verdad es que lo que más me llama la atención de su galería son las fotos que le saca a varios bichejos, calmados, dulces, a lo mejor dejándose un poco en evidencia. A quien le interese echar un ojo: http://www.flickr.com/photos/shavy La foto titula: "Requiescat in pace"