martes, 10 de julio de 2012

Fin.








La redención no es algo al alcance de cuatro versos, por muy buenos sean. No hay en este mundo nada parecido a un poema redentor, no. El perdón, el triunfo, el odio, la tristeza no caben en una palabra, ni en una frase, ni en un libro.

No te voy a mentir, no más allá de lo estrictamente necesario. Todo esto es un engaño. Son excusas de papel, fábulas, parábolas que a estas alturas no me convencen.

Estoy harto de palabras, perdí la fe en la cantinela del: “no tienes nada que demostrarme, me basta con un te quiero”. Llegados a este punto lo único que me importa son los hechos, las demostraciones, quiero dejarme de conjeturas, de pretéritos subjuntivos.

Creo tener mucho que demostrar, lo suficiente como para poder permitirme el no demostrarlo.

Esto es un adiós. Un adiós enmascarado, sí, pero a la vez es la única entrada que vale la pena leer de todo el blog, es la única en la que realmente voy a deciros algo:

No vale la pena.

Escribir es una pasión inútil, todas las pasiones lo son. Y eso es lo único que las salva, son desinteresadas; no hay ninguna justificación detrás de un cuento, de un poema o de una canción. Una frase no cambiará tu vida, ni tu forma de pensar.

Esto no va ni de vencer ni de convencer, es un juego de egos. De atreverse a decir “esta boca es mía y si me sale de la polla te escupo en un ojo”. Reafirmarse, desligarse y decir que como individuo creo en esto, en la prosa recargada y vacía, en los cuentos tristes de bar, en llorarle a la luna.

Pero resulta simplista. La suma de estas entradas no conforma lo que soy, ni siquiera basta para esbozarme. Yo es otro, que diría Rimbaud. Y por ahí van los tiros. Rimbaud era un genio, y para paliar el desencanto tuvo que irse a Somalía a vender armas. Yo soy un mediocre, me basta con dejar de publicar.

Y podría haberlo hecho sin despedirme, pero las cosas no se hacen así. Hay que ser delicado, brindar una explicación larga y con las cartas sobre la mesa dar la puntilla, ya sabéis, acabar el párrafo con dos puntos y ofrecer una síntesis que deje buen sabor de boca. Tal que así:

“Ya no quiero que me lean, ahora quiero que me vivan”

Entonces te das la vuelta y si es que aun crees en estos juegos, esperas la ovación, si no te limitas a escribir una frase austera y cálida. Eso es todo, ahora sí, ruleta sin balas, vivid felices, yo pienso hacerlo.

Buena suerte.




Manuel Monteagudo, Zaragoza, 10/7/2012.

lunes, 9 de enero de 2012

Cuentos.




Rueda, mi alma a tus pies, en el cielo desencantos, mis pecados contra la pared; alguien pide que abran fuego y yo me acerco, a ver si me encienden el cigarro.

Es todo pose, no te voy a mentir, bueno, tal vez luego, cuando no me quede nada por decir o por inventar, ninguna carta baja que intentar colarte, jurando por Dios y el Diablo que es un as.

O un tres, si pintan copas; dos sobre la barra, bebes de la tuya y una lámpara tuerta te cambia el color de los ojos. Porque esto va de ojos.

De mirarlos, medirlos, sentirlos tuyos y lanzar amarras, acercar la nave y conjurarse para el abordaje. Mucho río y poco mar. Un mar de dudas, de deudas, de sueños, de habitaciones mal rentadas a medio ventilar.

Que no hay mala literatura, ni buena, ni arte, ni sagrada providencia que me alejase de tu vera. Tan sólo si existieras... si me dieras la excusa para disparar contra alguien, por celos, por amor, por miedo, para después culpar una vez más al alcohol. Qué feliz me harías.

Hay muchas cosas que no sé, es cierto; nunca supe como mirarte, que palabras usar, supongo que no acerté en la manera de tocarte, fallé al quererte y definitivamente al dejarte marchar.

Siempre aprendí las cosas tarde, a toro pasado y con la cornada fresca. Vi gotear la sangre y sólo se me ocurrió dejar la herida sangrar.

Hay muchas cosas que no sé. Nadie me enseñó nunca a andar con salero, a empezar un poema o a amar a una mujer. De esas que tropiece, que no sepa lo que es un verso o que me acabes mirando desde tu cama con condescendencia.

Me debo estar quedando ciego, porque me bailan las letras, las propias y las ajenas; me tiembla el pulso cuando hace frío, cuando veo fuego, cuando me siento solo.

Que nunca quise aprender a aguantarme a mí mismo. Busqué lecciones de vida en libros con las páginas rotas y aprendí que la vida iba en serio de pura casualidad. Alguien me dijo que no valía la pena intentar llevarse la vida por delante y yo asentí, agradecido.

Nunca me interesó dejar huella, y por eso aprendí a arrastrar los pies.

Jamás quise salir en la portada de nada. Y de esas, tal vez, que nunca perdiera un minuto en medir mi pose.

¿El secreto de mi fracaso? Mucha naturalidad.

Caminé, andé a través de muchas calles, más o menos sucias, mejor o peor iluminadas. A cinco minutos de tu plaza y a dos mundos de tu portal.

Hay muchas cosas que no sé. Pero sé por donde sale el sol, de que lado sopla el viento. Sé que fue el amor de mi vida y que después ya no lo fue. Sé que no vale la pena pensarlo dos veces, ni merece la pena preocuparse; no, no llores mujer.

Que el mundo es del Diablo y en tus bragas vive Dios.

Sé que a buen entendedor pocas palabras bastan.

Que los gatos pardos son los únicos a los que la noche no cambia y los perros verdes a los únicos a los que la vida deja en paz.

Sé cuantos escalones me separan de la calle. Me sé el Padrenuestro, y eso que no es ni padre ni mío. Hay treinta y una baldosas en mi habitación, diecinueve perchas en mi armario, ocho pecas en mi cara, dos euros en mi cartera y, a veces, una sola oportunidad

Hay muchas cosas que no sé. Enséñame, lunas de papel, conciertos en silencio, aviones que se estrellan en junio, o la foto de boda de tus padres. Y te sonreiré.

Hay tantas cosas que no sé... es cierto. Pero no me vengas con cuentos, porque me han dormido siempre con ellos. Y me sé todos los cuentos.