sábado, 27 de marzo de 2010

Cadenas fuera, que hoy hay luna llena.

Vivo enclaustrado en un mundo muy pequeño.

Encerrado, entre ventanales de vidrios quebrados.

Vivo cansado del tacto del frio cristal que se arremolina en torno al calor de las yemas de mis dedos.

Frenados por ese sólido vacio transparente.

Que separa mi existir de donde querría estar.

Que separa mi vida de la verdad.

Los hechos que fueron, de los que vendrán.

Y me encadena, me ata a esas cuatro paredes y me obliga a esperar, a verlas pasar sentado por la puerta de mi cubil.

Me cago en el linealismo de lo humano. Me aburre mi existir.

viernes, 26 de marzo de 2010

Enemigo a las puertas

Que difícil es crear belleza, y que fácil es que una vez concebida se nos escape por las orejas dejándonos otra vez la sesera vacía.

A la espera de que un soplo de genialidad transitiva nos confiera estatus de creadores pasamos nuestras vidas, en busca de inspiración, cazando gamusinos en chanclas, musas en calzoncillos, moscas con cabezas de jabalíes.

No soy un artista, no soy un pensador, no soy valiente, no soy inteligente, soy persona.

El arte se subordina a la humanidad, trabaja para ella, no es una actitud loable por su ética, estética o minuciosidad.

No eres cura, no eres una stripper, tampoco un cirujano.

Tal vez el oficio que más se parece al de artista es el de francotirador (ya sabéis esa profesión de la que todos nos hemos querido ocupar a los 12 años), lo más difícil no es reunir la pólvora, el fusil, la bala y encontrar un nicho donde apostarse.

Lo jodido es encontrar a alguien con la voluntad de apretar una vez y otra el gatillo. La puntería es la que tienes, tu arma ira cambiando, según lo que hayas tenido que andar puede que no te queden balas, o se te hayan caído o estén mojadas…

Pero si no tienes ganas de matar es igual que todas las demás condiciones se cumplan, seguirás siendo inocuo.

Y créeme, en el momento en el que la aorta de algún desgraciado y tu bala del calibre .50 se crucen, en un fraternal abrazo de sangre y plomo, te sentirás auto-realizado, te sentirás ley, sentirás como se crea un orden cuantioso de miedo a tu palabra.

Vive afilando versos, saca brillo a tu ingenio.

Que no te pillen desarmado y de verdad buena suerte. Por muy certeras que sean tus balas un mal roce con una brizna retozona de hierba puede hacerte fallar el disparo de tu vida.

Cruza los dedos.

En eso se basa.

Mucha gaceta vendida, mucho cansancio acumulado, mucha mierda tragada, me voy a des(pensar)cansar.

Supongo que buenas noches. No matéis moscas a cañonazos, se resiente el gotéele.



Vasili Záitsev fue un señor ruso, como el bueno de José Estalin o Alexander Mostovoi. Hombre de vísceras y carajillo de alcohol de quemar. Uno de esos tipos que tienen un buen par de cojonazos, ojo certero, pulso firme y mala hostia, de esa que solo puedes sacar si vives en un país en el que no existe la propiedad privada. Su hobby: reventar cráneos nacional socialistas a más de media milla de distancia.
Dicen que el muy cabrón se cobro el gaznate de más de doscientos alemanes. Acabada la guerra se caso y mudo a Kiev.
La historia está salpicada de casos así de estúpidos e irrelevantes.

jueves, 25 de marzo de 2010

Nunca es primavera donde Freud nació

Yo sé que no soy poeta.

Yo sé, que habrá noches como esta en la que no tenga nada que gritarle al mundo.
Yo sé aunque admita con la cabeza gacha y a regañadientes, todos los costes que he decidido echarme a la espalda.

Y sé las consecuencias que van a tener.

Sé que pierdo fuerza, que mi canción se torna a veces en grito, en grito que acabe por desfigurarse, cegando todo sentido con el quebrar de mi garganta.

Sé que no haré enmudecer a nadie, pero necesito decirlo, hoy día veinticuatro, veinticinco, qué más da. Hoy no he aprendido nada, hoy he visto un poco más del mundo, hoy me sigue sin gustar.

Y sigue cayendo la lluvia, gota a gota, llegará a mellar las baldosas que escondían la arena del mar.

Pero yo no lo veré.

Al otro lado del cristal la tempestad no deja vislumbrar final, hundo teclas contra el cuerpo cálido del ordenador mientras cruza un rayo.

Y aun así. Sé que no valgo, que es mierda lo que escribo, que no tiene ni fuerza, ni gancho, ni mensaje.Ni una puta moraleja con la que se puedan quedar los críos que se cruzan conmigo.

Podría hablarte del hambre, del amor, del miedo que tengo a la soledad que día a día me ronda acercándose un poquito más, a sabiendas de que ya sobra la cortesía.
Su aliento se adosa a mi nuca, poco a poco noto el vaho de su garganta juguetear con la parte baja de mi cuello.

Sigo sin tener nada de lo que hablar. A lo mejor tan solo te tenga que admitir que no soy feliz.

No quiero creerme mis propias mentiras, autosugestión barata, de eso depende una vida plena, leí recientemente de un majadero: “Cubre tus necesidades, así serás feliz”.

Valiente gilipollas, con un católico-simplista hemos topado.

Puede que a lo mejor mi cuerpo, mi alma, mi mente, mi ventrículo izquierdo, mi maltrecho hígado, mi tobillo quemado… pidan lo que piden.

“Haz de tu vida algo interesante, déjate de mariconadas, coge la mochila y sal por esa puerta. ¿Quién necesita un título pudiendo tener aventuras? ¿Quieres una vida normal? Pues no coño, quieres hundir galeras piratas en Somalia, quieres besar el viento en Nepal, quieres gritar al poniente desde el punto más virgen y blanco de Alaska, quieres llorar habiendo visto morir a un niño soldado del Sudán, quieres bailar entre las oleadas de fuego cruzado un campo de batalla Afgano, quieres ser tan viejo como puede ser un hombre joven, quieres ver todo lo que hay fuera y cuando todo acabe morir habiendo conocido lo incognoscible, habiendo llegado a lugares en los que el hombre no querría haber estado jamás… Jódete, esa vida no está a tu alcance”

Eso me grita mi ingle. Paquete bastardo.

Tengo una hucha, tengo una hucha y una publicación. Tengo una hucha, una publicación, bolis, folios y muy mala hostia. Tengo una hucha, una publicación, bolis, folios, muy mala hostia y un sueño.

publipiamonte@hotmail.com

Morir escribiendo. El que entre letras muere, con letras mata.

Vivir entre palabras.

Sueño, onirismo toca huevos.

Mierda, bon apetit.

martes, 23 de marzo de 2010

Aburrimiento

Y descubrimos que lo mas difícil no es decir las cosas de forma sonora o hacerlas bonitas, lo difícil es callárnoslas. Guardar silencio de la manera que lo hemos de guardar.
Punto y coma.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Calles, el silencio. Escuches, tu mirada.

No tengo más casa que el reflejo que día si, día no, me ofrecen los charcos que riegan Averroes.

Mi hogar es el silencio ahogado por los tubos de escape y los pasos de la Gran Vía.

Mi familia, las palomas que vuelan, (batiendo sus alas infectas, de gris hongo y cemento manchado) entre las almenas con forma de santo que coronan una gran catedral.

Mi credo, los gemidos angustiosos de una panda de gitanos, muertos por el mono, que esputan bilis, sangre y flema sobre los adoquines quebrados de una de esas calles que el ayuntamiento prefiere obviar.

Mi bandera… yo no creo en las banderas, pero no me veras lagrimear, ni alzar mi brazo protector si no es por el cielo azul, por esa inmensidad en la que bailan prestas las nubes, en la que el cierzo ciego de rabia y vino traza escorzos imposibles.

Mi amor, para quien mi amor si no para mi, para mis ideas, para mis pasos patizambos de rodilla mal arqueada que salpican cada una de las baldosas que bordean, mohosas y húmedas las riberas del Ebro.

Mi dios: vuestros sueños, vuestros proyectos nacientes, vuestros amores muertos, vuestros gritos de miedo en callejones oscuros, vuestras risas sinceras en parques de tarde.

Cuando ese sol rojo, que es el mismo aquí, allí, entonces y mañana… se agacha, como el que se agacha a acariciar el pescuezo del perro y le mira, nos mira a los ojos y en el punto álgido del crepúsculo cree ver en sus ojos la misma humanidad latiente, hedienta y malsonante que retumba en el fondo de su ardiente corazón.

Pero recapacita, pues somos hombres y él un astro, y está claro que por mucho que sus caricias nos reconforten, que el tacto de sus rayos nos haga tumbarnos a disfrutar de la carantoña, no le entendemos, no somos como él y su vaivén aun siéndonos conocido no es inexplicable.

Así que parte, como todas las noches, se pone en pie y se marcha, prometiéndonos con el último guiño condescendiente que volverá mañana, que a primera ahora nos despertara con su caricia de fuego templado.

Y algún día espera, que le podamos entender, que sepamos porque a lo lejos tiritan azules las estrellas, y que hartos de menear el rabo, y de lamernos la breva rompamos las cadenas, nos pongamos en pie y argumentando una (demostrable) igualdad, encaremos al astro rey.

Clavando nuestras vidriosas pupilas de supra hombre Nietzschiano en sus áureas y difusas pupilas, alcemos la voz y digamos:

“A tomar por el culo”

Roto el equilibrio, reajustada la igualdad, borrado el discurrir de los días, olvidado el concepto de fraternidad, serás un dios, conocerás la piedad y tal vez de una vez por todas puedas disfrutar de lo que te roban.

Esos cabrones, esos bandoleros de bayoneta oxidada, sonrisa mellada y poncho raido, te matan, que lo sepas.

Te han asaltado, aunque no te percates, poquito a poco te van quitando litro a litro, metro a metro, cada esquina de tu corazón.

Y el día, que al ver morir a un indefenso, sientas indefensa indolencia te darás cuenta del agujero de tu bolsillo, quedara constancia en tu cara de pánfilo, que mas da…

A fin de cuentas, todo esto son cosas del azar.

domingo, 14 de marzo de 2010

El tiempo es una tormenta en la que todos nos perdemos

No hay más puertas que las que cohíben mi mente,

No hay más cerrojos que los inventados por mi alma,

No tengo más asíntotas que las prohibiciones de mi moral:

Laxa.

No quiero más sábanas, que el invierno,

Ni más almohadas, que el resguardo de tu pelo

Y si me viene de repente el miedo,

Que me pille confesado y a cubierto.

Pelos encrespados,

Un susurro del viento,

Lagrimas de cebolla,

Cielo negro de mis mantas...

Y a fuera, la tempestad que trona.

"Ya el campo estará verde, debe ser Primavera,"

Mediodía de primavera a tres grados.

Una ciudad sin primavera, una ciudad sin flores, sin moscardones pesados que empiezan a dejarse ver a mitad de marzo.

Quedan seis días para primavera.

Y supongo que un año más, la gente volverá a acortar sus camisas, sus pantalones, sus faldas, volverá ese olor, ese olor que poco a poco irá evocando a las arenas que se funden con el mar.

Supongo que todos esos nidos colgantes de los aleros de las casas volverán a tener inquilinos.

Todos nuevos según cuentan.

Nuevas como las margaritas que en sus reinos cercados por badenes de cemento inclinado nacerán tímidas, para dar un poquito de color a las zonas verdes del ayuntamiento.

La gente sin embargo, no cambiará, será como hasta ayer, será como mañana.
Nos dará igual que la vida venga, o la vida vaya, un éxodo de color desde el averno a nuestro pies no nos va a conmover.

Ganar la quiniela sí.

Follar una noche tonta, también.

Aun nos creemos románticos, aun nos creemos defensores del débil, genios incorruptibles, Él no lo era, Ella tampoco, nosotros menos.

Echamos de menos la primavera, claro, pero es que echamos de menos tantas cosas…

Olvídate de todas las despedidas inamovibles, de esos “hasta-nunca” que, más te emperres, no se convertirán en “Hola-he-vuelto”.

Disfruta de las margaritas, de los gorriones que estrenan plumaje, de las golondrinas que vuelven de vacaciones, del olor a acera caliente, de los perros que encelados muestran al mundo su amor, de los chubascos de marzo y abril, de los niños que pueden jugar hasta las ocho en el parque sin miedo a que les caiga encima la noche.

Hay miles de cosas en las que cagarse, el ciclo estacional, no es una de ellas.

Piensa:

¿Qué sabrán las estaciones de los hombres? ¿A caso sabe el invierno lo que es el frio? ¿Sabe el otoño de Septiembre y de su melancolía? ¿Sabe el verano, todas las vidas que trastoca, todos los ancianos que entierra, todas las ilusiones que mata?
Pues que sabrá la primavera…

No sabe lo que es el recuerdo, no sabe lo que es la ilusión, pero sabe afirmarse, sabe imponerse, sabe hacerse amar.

Como pasa el tiempo, soy un año más viejo que la última vez que nos vimos, pero tu estas igual, por ti no se pierden los abriles, te haces envidiar.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Los peligros de pensar sin ideas.

Mierda velada, mierda consternada, santa mierda.

A veces lo único que puedes decir, otras todo lo que hace falta decir, en ocasiones el broche de oro a una frase que podría ser lapidaria.

Bendita mierda.

Bendita mierda lo que escribo, sin entenderlo muy bien. Hay veces que en la cabeza no me caben más genialidades, no se trata de ingenio manido de escalera, de ese que forjan los chistes malos que se ven por la tele.

No coño, hablo de genialidades de artista florentino-cristiano-escultor.

Y en estos momentos nada, cero, niech, niente, nothing, rien.

Y seguimos intentándolo, con tanto que decir, que si la vida, que si la suerte, que si el amor, que si mi pez, que si la madre del cordero y que si Microsoft quiere conquistar el Corte Inglés.

Pues alzad banderas con pingüinos en vuestros balcones, el pueblo unido jamás será vencido, si Dylan exploto el country, Pla la rumbita y Sabina el rock, dame una dulzaina que exploto el Mester-protesta.

Vamos no me jodas.

Yo os querría alegrar la mañana, la tarde de un 16 de mayo en la que no sabes que hacer, me gustaría conmoveros en noches en vuestras noches en vela.
Me encantaría despellejaros a base de arrepentimiento y sentimiento de culpa ahogada, haceros reír con lo complejo del universo y haceros llorar con lo sencillo de un beso.

Disfrazado de Charles Baudelaire, esgrimiendo uno sonrisa de Jack Nicholson, fauno mal enclaustrado con pico de pato.

Que me den de comer a parte.

Si son vidrios rotos y pulpo a la gallega mejor, no muy hecho por favor, de guarnición escatologismo de parvulario y para beber gallardías de la cosecha del mil ochocientos.

¿De postre?

La casa recomiendo que sientes cabeza capullo, córtate el pelo, duerme tus horas, haz deporte, como sano, enamórate, pero sobre todo céntrate en lo más importante: tu futuro.

Como guinda una paradoja: el único futuro por el que vale la pena luchar son los sueños que parecen imposibles, utopías, que no te aconsejamos persigas, seamos pragmáticos. ¿Tomara café el señor?

Si, tan solo como puedan servírmelo. Llénenmelo de falsas promesas de lealtad, ya traicionadas, de amores no correspondidos, de inteligencia desaprovechada y de reveses de la vida.

La cuenta habría de ascender a todas las futuras ideas que su mente enferma conciba, en pos de saldar concepto de deuda estilística que el señor ha abierto con estas líneas.

Coge el abrigo y vete.

Hay momentos y momentos. ¿Quieres moraleja? Estandarízate.

Percentil cincuenta, moderadamente joven, moderadamente alto, moderadamente apuesto, moderadamente inteligente, moderadamente leído, moderadamente querido.

Moderadamente feliz.

Dijo una vez un francotirador: “Ese que viste de amarillo fosforito es gilipollas”, luego se dio cuenta de que el color de la tierra milagrosamente se torno amarillo fosforito, confundido, grito durante horas.

Pero no logro asustar a aquel oso blanco.

Era uno de aquellos vigorosos especímenes de hocico húmedo, largas zarpas y pelaje parduzco, un extraño ejemplar de oso blanco sin duda.

No conocía nada fuera de mi mente, que le dijo un día: “Oh que será de ti, si dejo de pensar en tu existencia”.

Y coño, nos asustamos… es normal, mira por la ventana cuando es de noche. Da miedo. Mira dentro de tu cabeza, aun da más miedo. Si eres extraordinariamente valiente mira a tu alrededor, bueno no, mejor no lo hagas.

Acuérdate del oso.

Supongo que es mala suerte ser un insomne sin talento, supongo que será cosa de la arrogancia. ¿Seré prepotente?

No puede ser, con lo tímido que yo soy, no me atrevo a decir nada más alto que largo ni más ancho que verde.

Y aun así, con toda mi corrección ética, política, antropológica y epistemológica, ni se me considera pensador a estudiar ni la gente me aguanta.

Tal vez si hiciese como la Thyssen y me anclase a un chopo se me tendría más en cuenta.

No quiero fama, ni reconocimiento, ni éxito, joder. Sera pataleta de niño pequeño, ya se pasara los años todo lo curan.

Arrideverci bella, ahora que nos separamos no tenemos excusa para no ser buenas personas, tal vez de verdad, tu fueses una zorra y yo un cabrón, no importa, tendremos una vez más otra oportunidad mal merecida, la vida eso tiene, nos da, da y da, y a veces no sabes que excusa ponerle para dejar de coger caramelos y poner el cartel de “Cerrado por derribo”

No diferencies estalactitas de estalagmitas, no hace falta que sepas que el jaco mata y que murciélago contiene todas las vocales, no importa una mierda saber quien fue Platini o quien fue Renoir.

Si te lo montas para ser feliz, ya está.

No quieras mas, no lo necesitas. Adolfo Hitler estudio bellas artes como Picasso, Picasso tenía una sensibilidad especial, como la de Pilar Liria, y Pilar Liria eructa de forma sonora.

Como deberíamos hacer todos.

A falta de ideas, buenas son paridas.

PD: Ves, si te digo que te acuerdes te olvidas del pobre oso blanco pardo. Las mentes estan hechas para no funcionar.

martes, 9 de marzo de 2010

A fish called Luismi

Hay personas que nos marcan; profesores sarcásticos, compañeros ingeniosos, vecinas de ojos azules e interminables piernas, ancianos que prefieren evitarnos sufrimiento con sus consejos, escritores que nunca conoceremos, pintores que ya murieron, o incluso niños que te hacen entender que querer es poder.

Lo curioso es cuando en uno de esos trances a los que la vida nos evoca, cara a cara con una de esas personas irrelevantes que parecen no cambiaran nuestra vida, te das cuenta de que tu vida está hecha de todos los roces que poco a poco hicieron vidas que circulaban por el raíl perpendicular.

Somos un cúmulo de cicatrices de metralla en el lateral de un tranvía.

Me acuerdo de ti. Fuiste un gran pez.

A Luismi:

“Luismi me miraba, maldito pez bastardo, no me quita el ojo de encima nunca, coma, duerma, llore o me masturbe tengo esa mirada vacíamente acusadora clavada en mí.

Es como el resto del mundo, deslizándose por aguas en las que el mismo defeca, interesado solo en que le llueva la comida del cielo y que de vez en cuando, esa agua pantanosa e insana que es su vida se convierta (por obra y gracia de terceros) en una charca cristalina, en la que volverse a cagar.

Me asqueaba el muy cabrón, de no ser por esa sorprendente capacidad que tenia de escucharme y de hablarme en los momentos más bizarros y oportunos habría volado ventana a través contra los coches muchos meses antes, pero ahí estaba, cebándose como un gorrino, y dando vueltas en aquella pecera que tenia tatuados los versos de “Amor Castúo” en un lateral.”

Luismi Monteagudo Sinmadre (28-4-2009 12-8-2009), eras un gran complemento de escritorio.

lunes, 8 de marzo de 2010

La tinta al secarse, se torna inútil.

Sigo con la nivolilla, escribo menos, porque tengo menos ganas de escribir:

Capítulo II

Mi posible alter-ego giro la cabeza con tanta presura que le crujieron varias vértebras, sus ojos trazaban un arriba-abajo frenético en la búsqueda de otros ojos a los que engancharse.

Una vez el contacto visual se trazo, al ver los ojos fríos del visitante el anciano pensó seriamente en que los ciegos se quejaban de vicio. Hay cosas que duelen más que todas las hostias que te puedas dar con el marco de la puerta, Stevie Wonder.
Muchas veces te perjuras que lo que ves en un vagón de cola, especialmente si es del tren más bonito de todos los que has visto partir de tu andén, no volverá, de la aparente nada a por ti.

Hay que joderse.

Sus ojos seguían siendo los de siempre, de un azul aguamarina que se iba aclarando según se acercaba a la pupila. Lo que son unos ojazos, carallo.

Zambullirse en ellos era como tirar una piedra al mar, veías las hondas alejarse grácilmente del centro, podías pegarte horas mirando a las hondas, pero de la piedra ya podías despedirte. Esos ojos eran como una ratonera.

Él se acerco, ella mantuvo la posición.

Él le hablo, ella se limitó a sonreír.

Se sintió piedra durante un segundo eterno, se hundió en aquellas aguas bravas.

Y cayó, “Dios” sabe a dónde… Perdido en el azul- Lost in blue- Perdu dans le bleu.

Un golpe seco le despertó, por el rayo de sol que entraba por la ventana y que parecía ensalzar (su ya de por si cantoso) olor corporal, debía ser media mañana.

Un vecino de regio porte y poblado bigote le espera al otro lado de la puerta.

Rondaría los treinta años, veinticinco de los cuales aparentaba haber pasado levantando pesas.

Cansado de todo y todos, el retraído anciano se levanto de su roído sofá, y cruzo de pisando (como si de la vendimia se tratase) todos los bártulos que había tirados por el suelo. Llego a la puerta, la abrió, y pujando todavía por no caer redondo presa del cansancio, abrió la puerta.

-.Buenos días Antonio, ¿Qué le trae hasta mi cueva?-. Pijama, calcetín manchado de sangre, pelos completamente enmarañados, zenit del desarreglo, cumbre de lo estrafalario.

-.Tardes ya Alberto, que ya pasan de las cuatro… ¿Te encuentras bien? Tienes muy mala cara-. Respondió el vecino, sorprendido de que el profesor, de siempre ejemplo de pulcritud y decencia se apareciera ante el disfrazado de Viejo Loco Majareta.

-.He tenido rachas mejores-. Susurro Alberto con los ojos vidriosos -. Pero bueno, supongo que mi estado anímico no es lo que te ha traído hasta aquí-. Corto el anciano intentando encauzar la conversación y llevarla por derroteros que le fuesen más cómodos.

-.Oh ya, sí, bueno mira, es que según parece han venido a verte mientras no estabas, o estabas indispuesto, bueno… le han dejado a mi mujer esto para ti-. Explico Antonio mientras le estiraba a su septuagenario vecino una carta.

-.Vaya. Muchas gracias-. Dijo encorvado el anciano, recogiendo la carta.
Tras una despedida vulgar en grado sumo (Ya-nos-veremos-cuídate-y-recuerdos-a-la-parienta), portazo y para dentro, dirección sofá.

Se sentó, se estiró, se tumbó, decidió mirar fijamente al techo, y 23 minutos y diez segundos después de haber a comenzado a observar el gotéele se creyó capaz de leer.
No traía remite, “se les habría olvidado a esos perros de la universidad”, pensó hasta que el abrir el sobre (Ras, ras, flap) se dibujo sobre el folio una letra burda y desigual, sello inmortal que había dejado indudablemente un boli bic azul.
Eso no era de la universidad.

Pegada en la esquina superior derecha de la carta en cuestión, una pequeña llave color plata, Alberto atónito comenzó la lectura, que más que a las postales que sus sobrinitos le mandaban desde Salou años atrás, le recordó a los epitafios que había leído en sus visitas al cementerio.
La carta rezaba:

“Su vida está acabada.

Por lo menos como la conocía hasta ahora. Usted sabe mejor que nadie que ha cambiado, pero no se engañe joder, no es culpa del despido y de la consecuente soledad, no es culpa del cáncer y del sentimiento de muerte anunciada en el que vive.
Usted ha cambiado porque se ha cansado de actuar.

Es verdad, no se conoce, no sabe quién es, cierto que la ojeriza y el sueño le confunden, pero amigo, el estado de duda profunda en el que vive no es achacable solo a las noches en vela.

Le ofrezco la redención, el desquite por todas esas falsas victorias que conjugan tu vida. Coge la llave que te adjunto, cógela y úsala, en la calle tienes un regalo. Asomase por la ventana.

Si me buscas me encontraras, y si no casi seguro que también.

Amablemente tuyo.
David Yela”



Cuando en 15 líneas, han captado tu existir, su sentido y además te han dejado intrigado, estas capacitado a decir que han puesto en jaque tu vida.


(Son las 3:21, no debo seguir escribiendo. Me voy a la cama.)

Filósofo busca trabajo (abstenerse circos y putiferios sadomasoquistas)

Envidio, soy humano y hay veces que la envidia me corroe, hay veces que me canso de mi traje de piel arrugada, truncada con cicatrices de vivencias que no me gustaría tener que recordar y de granos que me recuerdan mi estado perpetuo de tío-repugnante.

Y en estos episodios de envidia a veces irracional hay veces que me apetecería ser asocial, más aun, completamente huraño, desligado, que la soledad no me indujera a la más absoluta frustración, me gustaría estar un mes encerrado en mi, en mi casa, en un hogar, y ponerme a escribir, tener tiempo para pensar, dejar la puerta más cerrada y atrincherado de todas mis miedos, dar rienda suelta a mi imaginación o a mi alegría o a mi depresión.

Me gustaría en momentos como este, 1:43 de la madrugada del día 8 de Marzo del 2010, poder no pensar en los demás, no querer ver nadie.

Pero no, no es así, y estoy muerto del asco de pensar que mi vida no es pilar para ninguna de las existencias de este sórdido macro-asteroide rezumante de futura materia fecal.

Lo mejor de todo es que no he tenido un mal día (supongo), hacer distinciones cualitativas es de majaderos, ya…

Me la come de canto, dicho así en plata.

Y te digo a ti lector de “esto” (Por si algún alguien se pierde y da con “esto” vía google)que lo jodido no es no poder contar con una mano que te ayude en un mal momento, la gran jodienda existencio-emocional con la que puede que te topes es que en un momento de tranquilidad vital, en la que todo fluye de la forma más aburrida que te puedes imaginar, no seas de ayuda para nadie, no solo que no haya nadie que quiera que le hagas salir del bache, sino que no amenices la vida de tus allegados.
En esos momentos, puede que producidos por neuro-depresores (Quien sabe…), te va a comer el asco, ojala tengas algo con lo que distraerte (publipiamonte@hotmail.com, esa gaceta guapa, diana a la que apuntar para todos aquellos escritores frustrados, solitarios y depresivos).

Escribe, dibuja, lee, escucha, piensa, píntate los cojones con tinta china y hazlos pasar por adornos navideños…

Yo que sé.

Nadie tendría que leerme, mucho menos que tomarme en serio, y ni que decir tiene que hacerme caso es una gilipollez.

Ser gilipollas es divertido.

No es aconsejable, pero chico, no lo son las drogas de diseño, la violencia gratuita, las venganzas planeadas, las mentiras hirientes, las injusticias excluyentes, los sueños imposibles, enamorarse, pensar, masturbarse en la vicaria en presencia del párroco.

Haz lo que te dé la gana, si quieres matarte, échate la soga al cuello, si quieres sufrir hazte un enema con un cactus, si quieres que todo sea difícil, vela por los demás.

Mi único problema es que a lo mejor no quiero ser feliz, la felicidad no consiste en que te salgan bien las cosas, no es un estado al que unos sucesos nos hagan llegar, le felicidad (y-lo-tengo-bastante-claro) es un estado al que nos inducimos, algunos por puro positivismo, otros (como yo… me temo) porque no podemos poner más objeciones.

PD: Todo esto lo digo porque me jode haber estado casi una semana sin intentar escribir.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Tren de madrugada

(Nivola que el insomnio me hace empezar)

Capítulo I

Serian las cuatro tempranas, pero el aun no había conseguido conciliar el sueño, el sudor recorría su frente, helaba sus manos y le ceñía la ropa el cuerpo.

¿Por qué este repentino insomnio? Como si no lo supiera… era perfectamente consciente del porque, pero aun así, bien prefería dar vueltas en casa con su pijama de franela azul a aceptarlo.

Una vida desaprovechada siempre es algo difícil de aceptar.

Se planto, con esa gallardía que los años confieren frente al espejo, unas ojeras negro azabache cercaban sus ojos verdes, coronados por unas tupidas cejas blancas que danzarinas se enredaban con los pelos del cano flequillo, despeinado.

Su gesto, era de niño angustiado.

Tantos años de oficio para esto…

El anciano se sentó en una parcela vacía del suelo, oasis de calma en ese desesperante desierto de caos que era su alcoba.

El sol en su pugna diaria por rajar la noche, empezó a iluminar a navajazos el suelo de la desordenada habitación.

El sabio (pues a pesar de su estado anímico, era indudablemente hombre de luces) se incorporo, rondaría los setenta años, no especialmente alto para ser un hombre bajito y no especialmente delgado para ser una persona tan consumida.

De dos zancadas decididas cruzo la habitación y se planto en su escritorio, tomo entre sus huesudas manos una vez más aquella carta… esa correspondencia maldita, que había despejado el dulce sopor de sus noches y sin preguntarle (ni siquiera un triste que-tal de cortesía) había arramblado con su vida.

De entre todos los papeles, que el sobre contenía, centro su atención en el más escrito, abarrotado de palabras, lo elevo cuidadoso, como si cada uno de los vocablos que contenía rezumase el veneno más duro.

Como guinda de cianuro y cicuta, las frases que introducían la carta (de gran corrección prosaica, ortográfica y política) llevaban tatuadas a su vera el sello de la rectoría de la universidad.

Hacía más de medio siglo que las paredes gris-granito salpimentadas por algún cartel de protesta que los jóvenes del momento (ancianos del mañana, padres de otros jóvenes que harían como ellos) pegaban como muestra de su disconformidad profunda con la mierda del mundo.

Cincuenta y dos años perdido entre esos augustos pasillos, tantas risas, llantos, frustraciones y sorbidas de mocos… ¿Para acabar así?

Releyó por enésimo primera vez la carta:

“Querido Doctor Estella

La universidad le agradece una vez mas todo el esfuerzo prestado (..)”

El viejo profesor empezó a saltarse párrafos, no le apetecían 10 minutos de entretenida lectura de cinismo universitario, ojeando llego a la frase que más le enervaba:

“(…) es por eso, por lo que creemos inviable que alguien en su delicado estado de salud continúe con un proyecto de tamaña envergadura y dificultad. Sentimos además decirle que al no contar la iniciativa con ningún otro voluntario que se anime a encabezarla la universidad ha decidido rescindir los fondos destinados a dicho proyecto.

Atentamente

Enrique Azofra

Facultad de Filosofía y Letras”

El silencio ya pesaba demasiado, muchos días sin oír mas que sus propios pasos, su soliviantada respiración, sus quejidos ahogados en la educación y virilidad con la que se le había educado.

Estaba ya harto.

-.Mi vida entera dedicada a eso, tirada, tantos años… ¡Es mi vida!-. El anciano rompió a llorar.

En la soledad cobijante que le ofrecían sus lágrimas, vio el mundo desde otro prisma. Hacia veinticinco años que no lloraba, ese mundo difuso y mareante, en el que todo está distorsionado, no le era familiar. Y aun así, pese al miedo a lo desconocido, lo disfruto, se vio encantado por el baile de endorfinas, por la rabia ciega que le acompañaba, le sublevo la sensación de reencontrada humanidad perdida, de dolorosa humanidad, difícil de aceptar, e imposible de rehuir.

Acabo sentado, sobre la moqueta (tierra de ácaros), saldando la apremiante deuda de oxigeno que ahora le asaltaba.

Perdió su mirada entre el gotéele de la pared, tal vez durante horas... ¿Y que mas daba?¿De qué le servía ahora el tiempo?¿Para qué valían todos los pequeños instantes que había decidido ahorrar, previsor?.

Toda su vida, subyugado a esos diminutos látigos, envidia del mejor de los negreros, que golpe a golpe, con ese cadencioso tictac, marcaban el ritmo de la vida de todos sus pobres esclavos.

Otro ataque de ira.

Afuera, soplaban los vientos mañaneros de mayo, esos que cual bostezo de la primavera despiertan a los pequeños gorriones, que salen a revolotear por las ramas nacientes.

Volcó el escritorio, hizo trizas un jarrón (bastante feo) y se desabrocho el reloj.

El reloj cayó.

Se precipito contra el suelo.

Choco contra el suelo.

Un pie descalzo lo aplasto contra el suelo.

El tiempo había muerto, y paradójicamente no se merecía a ojos del anciano un minuto de silencio.

Como única oda a cuarenta años de servicio, el reloj recibió una sincera mirada de odio como epitafio.

El viejo profesor se palpo el pecho. Su corazón estaba enfermo, eso lo llevaba años sabiendo, lo había dejado morir, infra-alimentándolo dándole de comer pasiones podridas y labios mustios que sus hambrientos ventrículos no llegaban nunca a saborear.

En esos momentos, con el alma rota y el pie sangrante asalto su mente el momento en el que decidió que una mente rica y un corazón famélico le iban a ser rentables.

Durante diez lustros se había llegado a convencer de ello, cincuenta años del mejor y mas convincente de los autoengaños que tocaban retirada.

Bendita desolación que le asaltaba.

Hay personas que se pasan la vida en tren, de algunos les echan, de otros se caen, hay veces que el tren llega al final de línea y hay que volver a perderse por los andenes, otras veces, esos aventures del raíl, deciden pasar de vagón a vagón, de talgo a talgo en marcha.

El docto anciano vivía en una dársena maldita, bella eso si, decorada con las flores mas bonitas que pueda dar el saber. Hace muchos años cuando el anciano aun no era anciano, una muchacha de esas que dicen con la mirada “A mi es a quien esperabas” le tendió la mano y le ofreció marchar.

Pero el viejo joven rechazo la mano de la chica, le había podido el miedo que la sombra humeante del tren le inspiraba, y se había quedado estancado en aquella estación. Había conocido a miles de viajeros, pero no eran como el, no eran habitantes, eran huéspedes, y todos ellos antes o después, encorajinados habían tomado algún tren.

La estación, había comenzado a no ser rentable, y ahora el cartel de cerrado por derribo, parecía inamovible. Ya no pasaban trenes a los que subirse, era el ultimo pasajero de un tren inexistente a ninguna parte. Como para no regocijarse en su suerte.

La otrohora brillante cúpula de la estación empezaba a caer, los primeros cascotes golpeaban ya el suelo, parecía ineludible el verse sepultado por los escombros.

-. A toro pasado, de nada sirve lamentarse-. Le recordó una voz dulce y melosa.


martes, 2 de marzo de 2010

Martes, dia dos.


Píntate alas y remonta un reguero de luna, que allí encontraras muchas más estelas (brillantes veredas) que bifurcan antes tus ojos y puede que te hagan sentir que en lo que te queda de vida, no encontraras otro punto y seguido, que trabe la llegada del punto del fin.






(Estoy trasteando a ver si puedo meter videos y cosas así, parece que domino :D )

Trainspotting

Desperté sin resuello, mis pulmones, de luto como el resto de mi cuerpo, se negaban a trabajar, mucho menos a deshora, para un cínico explotador.

No me conocían, era un furtivo en aquel viejo despacho, destartalado, salvaje, indómito, como la mierda al salir, de la misma forma decidí visitar yo mis adentros.
Sin saber lo que encontraría, me aferre a cada centímetro de mi piel, a cada pelo, a cada cartílago, a cada pequeña vena rota que ruborizaba mi gesto.

Y entré.

Túneles, recovecos y un destartalado gotéele que cubría las desvencijadas paredes de mi conciencia, y me sentía distinto, y no encontraba el camino.
Y veía a antiguos compañeros, a hostigadores que las lagrimas habían borrado con su discurrir, en los adentros de mi alma, aun había sucias manchas de humedad.
Y me canse de caminar, pero no me sentí en paz.

Este cuerpo no era el mío, no conocía mi alma y mi mente, independiente un gran misterio sin patas.
La soledad, en los adentros de las cuevas tan negras, cuando rompes el silencio con un desgarrador latido de los que salen por la garganta, se atreve a contestar, y entonces, oyes como el mismo desgarro, girado y resentido te dirige una mirada.

¿Y que en paz puedo estar con alguien que no soy yo?

No, yo soy aquel.

Aquel que en mi existir manda.

Aquel que en mi alma rebusca.

Perdido entre mis neuronas tullidas, que circulaban sin descanso, apremiadas, recogiendo a sus compañeras heridas y apartándome de su camino.
Me uní a su procesión, ¿Quien mejor que yo para ser costalero de mi propia intelección perdida?

A bases de izquierda-derechas pasamos por el corazón, negro zigzag de grises carreteras otrohora abarrotadas, en las que hoy (o en aquel momento, que por un instante existió) tan solo se hallaban perezosos conductores de emociones pasivas.
Aquello no era mío.

El estomago como siempre revuelto no fue fácil de cruzar, bilis tormentoso, se colaba en mi cubierta, ahogándose endorfinas a estribor no pude hallar la paz.
Una vez en puerto, allí la encontré.

No era como antes, no era tan alta, no era tan esbelta, sus ojos ya no eran tan verdes, y sus cabellos rizados rezumaban pesadez.

La mire a los ojos, vidrios quebrados tras un manantial que pretendía señalarme el mar.

Mire mis manos.

Ya volvía a respirar con normalidad, me levante, bebí agua, me senté en el quicio de la cama, cerré los ojos.

Qué difícil es retirar un tequiero.

Que difícil morir en paz.

lunes, 1 de marzo de 2010

Estatuas de sal bañadas en un whisky sin hielo

Llego el amor y luego todo se convirtió en una sucesión de hechos concretos o de nombres propios o de verbos o de capítulos de un manual de anatomía deshojado como una flor, interrelacionados caóticamente entre sí.

Llego el amor, y no vino solo, le acompañaron risas obstinadas, miradas recalcitrantes y tristes noches en vela en las que pretendíamos ver como una mirada podía prender a la luna y mantenerla colgada de su incorpóreo alfiler por hora sin fin.

Llego el amor, ¿Y para que vino? Para soliviantar los altillos de mis desvanes, para airear lo profundo de mis baúles, para que nos volviéramos a perder entre las telarañas del sótano, esas mismas que tan a menudo se niegan a arder.

Llego el amor. Atildado el muy cabrón. Solo como los ilusos y los galanes se atreven a aparecer, a lomos de un caballo negro de cascos rotos por culpa de la grava de los caminos que no deberíamos nunca tomar.

Y de repente se fue el amor, y lo que parecía unido por el caos, se reveló como estúpida lógica matemática, los sinsentidos se tornaron sinsabores. Los cuentos en falacias, los sueños en gilipolleces.

Se fue el amor, se fueron los vientos, me quede sin aire, y volvió la incongruencia del mí, para mí, por mí.

Y poco a poco volvieron a crecer pétalos, gota a gota volvió a fluir el rio, muerte a muerte volvió la historia a discurrir, verso a verso decidió el arte existir.

Y seguían muriendo sueños, de personas normales, de algún que otro valiente, de contramaestres de navíos hundidos, de remeros de galeras secuestradas.

Aun quedan piratas.

Llego el amor, olía a jumar mal llevado, no le llamamos pero se hizo nuestro, y un día dijo estar cansado.

Se hizo azor y echo a volar.

Se fue el amor, llevándose el olor a primavera, dejándonos con la nariz caliente rezumante de aroma a estío.

Se fue el amor, y nada logro cambiar, sigue habiendo pelusas en mi alcoba, pájaros en tu cabeza y el sabor a bareto cutre aun no se ha movido de mi garganta.

PD: Flaubert y Rimbaud jugaban, cuando sus apretadas agendas se lo permitían a olerse los pedos el uno al otro, y normalmente Rimbaud, que era de fácil bostezo, salía bastante escaldado.

Suerte

En esta vida demasiadas cosas dependen del azar y como cantaba Quique Gonzalez "la suerte es una ramera" .

Me autodeseo buena suerte en esta nueva chuminada que decido emprender:


"Mucha suerte, joven Monteagudo"
"Gracias Manuel"

Nos vemos.



Corcheas y pantuflas para todos.