martes, 10 de julio de 2012
Fin.
lunes, 9 de enero de 2012
Cuentos.
Rueda, mi alma a tus pies, en el cielo desencantos, mis pecados contra la pared; alguien pide que abran fuego y yo me acerco, a ver si me encienden el cigarro.
Es todo pose, no te voy a mentir, bueno, tal vez luego, cuando no me quede nada por decir o por inventar, ninguna carta baja que intentar colarte, jurando por Dios y el Diablo que es un as.
O un tres, si pintan copas; dos sobre la barra, bebes de la tuya y una lámpara tuerta te cambia el color de los ojos. Porque esto va de ojos.
De mirarlos, medirlos, sentirlos tuyos y lanzar amarras, acercar la nave y conjurarse para el abordaje. Mucho río y poco mar. Un mar de dudas, de deudas, de sueños, de habitaciones mal rentadas a medio ventilar.
Que no hay mala literatura, ni buena, ni arte, ni sagrada providencia que me alejase de tu vera. Tan sólo si existieras... si me dieras la excusa para disparar contra alguien, por celos, por amor, por miedo, para después culpar una vez más al alcohol. Qué feliz me harías.
Hay muchas cosas que no sé, es cierto; nunca supe como mirarte, que palabras usar, supongo que no acerté en la manera de tocarte, fallé al quererte y definitivamente al dejarte marchar.
Siempre aprendí las cosas tarde, a toro pasado y con la cornada fresca. Vi gotear la sangre y sólo se me ocurrió dejar la herida sangrar.
Hay muchas cosas que no sé. Nadie me enseñó nunca a andar con salero, a empezar un poema o a amar a una mujer. De esas que tropiece, que no sepa lo que es un verso o que me acabes mirando desde tu cama con condescendencia.
Me debo estar quedando ciego, porque me bailan las letras, las propias y las ajenas; me tiembla el pulso cuando hace frío, cuando veo fuego, cuando me siento solo.
Que nunca quise aprender a aguantarme a mí mismo. Busqué lecciones de vida en libros con las páginas rotas y aprendí que la vida iba en serio de pura casualidad. Alguien me dijo que no valía la pena intentar llevarse la vida por delante y yo asentí, agradecido.
Nunca me interesó dejar huella, y por eso aprendí a arrastrar los pies.
Jamás quise salir en la portada de nada. Y de esas, tal vez, que nunca perdiera un minuto en medir mi pose.
¿El secreto de mi fracaso? Mucha naturalidad.
Caminé, andé a través de muchas calles, más o menos sucias, mejor o peor iluminadas. A cinco minutos de tu plaza y a dos mundos de tu portal.
Hay muchas cosas que no sé. Pero sé por donde sale el sol, de que lado sopla el viento. Sé que fue el amor de mi vida y que después ya no lo fue. Sé que no vale la pena pensarlo dos veces, ni merece la pena preocuparse; no, no llores mujer.
Que el mundo es del Diablo y en tus bragas vive Dios.
Sé que a buen entendedor pocas palabras bastan.
Que los gatos pardos son los únicos a los que la noche no cambia y los perros verdes a los únicos a los que la vida deja en paz.
Sé cuantos escalones me separan de la calle. Me sé el Padrenuestro, y eso que no es ni padre ni mío. Hay treinta y una baldosas en mi habitación, diecinueve perchas en mi armario, ocho pecas en mi cara, dos euros en mi cartera y, a veces, una sola oportunidad
Hay muchas cosas que no sé. Enséñame, lunas de papel, conciertos en silencio, aviones que se estrellan en junio, o la foto de boda de tus padres. Y te sonreiré.
Hay tantas cosas que no sé... es cierto. Pero no me vengas con cuentos, porque me han dormido siempre con ellos. Y me sé todos los cuentos.