martes, 30 de agosto de 2011

Escena primera.



Esta es una de esas historias sin moraleja, un cuento de los de no acabar, uno al que el punto y final no silencia. “Que la vida no hace borrón y cuenta nueva, muchacho, no hay “colorín-colorado” ni perdices al final”. Como mucho una cerveza, un cigarro (si te permites la osadia) y remordimientos.

Tú suspiras, esperando que caigan del cielo los títulos de crédito, pero sabes que la vida no es como el cine; aquí las únicas luces están dentro de tu cabeza, los planos que importan son los de huída, las secuelas se llaman cicatriz y los guiones están sin acabar.

Pero a ti te da igual, andas calle abajo y entornas los ojos, te subes el cuello y te sientes James Dean. Te inventas una banda sonora y sueñas con una cámara que grabe a tu espalda. "Toma buena", te dices, y giras los talones para mirar atrás.

Y te encuentras al viento haciendo de claqueta, alguna rama aplaude, y una señora en alpargatas te mira con incredulidad. Tus desgracias no caben en noventa minutos. Ha sido una vida de largo metraje. Una saga de infamia y arrepentimiento que no sabes por donde empezar a contar.

Por un paseo cualquiera, por la última cena o el desayuno que le siguió. Piensas en hablar de porque te tiemblan las manos, de la sangre en tu camisa y callas. Cada paso, cada beso, golpe, arañazo, cigarro.

Causas, excusas, razones y por un momento tu vida fluye marcha atrás.

Regresas el primer minuto de la cinta, ves pasar los primeros compases de esa ópera de la amargura que llamaste niñez. Resoplas.

Niegas en voz alta, una, dos, tres veces hasta que las sirenas te acallan. Luces, cámaras. Te agarran del brazo y tú te zafas como haría Clint Eastwood. Se te echan otros dos encima, caes entre golpes, sonries a cámara.

Y el fondo se vuelve negro.

Se hace la luz derrepente, el plano vuelve a los estudios y una mujer oportunamente maquillada habla de tragedia. “Los vecinos aun están consternados, bueno y...”- añade- “ahora la información deportiva”.

Tú te ries. De repente ves letras blancas que anuncian el fin y ya nada te importa, ni las cadenas que despellejan tus tobillos, ni las cuatro consecutivas que te esperan en Herrera de la Mancha.

Y piensas en una canción lenta. Una que haga sentir a la gente que tenías tus motivos, que nunca fuiste tan malo, una canción que mitigue la lágrima y empuje la sonrisa, pero reculas.

No vaya a ser que justo al final te salgas del personaje.









3 comentarios:

  1. Interesante banda sonora para el cuento del principe k se kedo sin beso...
    ;-)

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  2. La banda sonora es fruto de una debilidad personal por Chan Marshall (completamente justificada). Una voz como el trueno, unos ojos verdes como las mareas del cantábrico y además es fan acérrima de Bob Dylan.

    Ya podría el resto de mujeres del mundo tomar ejemplo.

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  3. Creo k yo tb me la voy a apuntar como debilidad personal...
    ;-)

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