sábado, 29 de octubre de 2011

Deseo de ser punk (remake).


“I wanna hold your hand” es una puta mierda de canción. Pero pasa que a veces pesa más la boca que el discurso, sucede que cuando te hablan miras a los labios y piensas que de esos labios no pueden salir más que verdades, crudas o en verso; dolientes, ardientes, o a medio cocinar.

Pero “I wanna hold your hand” es una mierda. Un llanto de niño chico. Un “quiero tu mano en mi mano” que no lleva a ninguna parte, a que te rocen con el dorso en la mejilla.

Las cosas no se piden así.

Se dice “toma mi mano, siente mis dedos entre tus dedos y luego vuélvelos a descubrir en cualquier otra parte de tu cuerpo”. Y entonces tú guardas silencio y piensas que en el fondo somos dos puzzles que encajamos de muchas formas, algunas silenciosas y claras y otras terriblemente perversas.

Sonríes y por un instante brillas como el ascua de un cigarro; me devuelves la mirada. Tarareas con los ojos una de los Doors y asientes como diciéndo que a ti McCartney siempre te dejo fría. Entonces armas una sonrisa y me recuerdas, tal vez en la pose, a Patti Smith.

Y se me borra de la cabeza toda esa música que apesta a hilo de ascensor, ese ruído blanco que se confunde con tu respiración.

Jesus die for the somebody sins, pero no por los míos, esos ahí siguen, tirados en aquel montón que no deja de engordar. Que parece que nos llama con ese canto de sirena enchufada.

Que redoblen los tímpanos y que entre golpes de caja y platillo entren a puñaladas sílabas perdidas de tu voz. Y que yo no te haga caso porque empieza a sonar Do The Evolution y sienta que soy el único mamifero del planeta al que le sobra el pantalón.

Y las botas, y la cartera, el móvil con 3G, todas las malas ideas y el carnet de identidad.

Que ardan. Como aquel hotel de Montreux. The fire in the sky. Y que el bar nos escupa. Demos de bruces contra la grava, como dos cantos rodados que nunca se dan por satisfechos.

Se hará de día y yo tararearé a medio pulmón un Knocking on Heaven's Door, uno que resbalará por el hueco de tu escalera.

Here comes the sun. Y de vuelta a casa pensaré que si de verdad soy another brick on the wall no es de extrañar que el muro se venga abajo.

Me sentaré en la cama y miraré a mis pies; you could have it all, my empire of dirt; mejor que no reclames nada, sólo te haría daño. Pero no pienses que estoy triste por no sonreir, es tan sólo fachada.

Son maneras de vivir.



Corona la entrada la silueta de la Alhambra desde no sé que mirador. La canción de Quique, que las hace muy bonitas. Un abrazo desde aquí a Belén Gopegui, que es una señora que escribe, a veces libros, a veces la lista de la compra.





miércoles, 5 de octubre de 2011

Himnos rotos





Me despierto y entre las sábanas noto como se me enfria el alma, repiquetea un martillo al otro lado de mi ventana y en algún lugar del mundo ella sale de la ducha sin preocuparse de dónde pisa. Se suelta el pelo, que le cae por la espalda como un juego de cuerdas.

Átame, o déjame que me enrede, o que cuelgue mi bandera, o que ahorque mis penas. Te digo, te grito, te suplico.

Y tú sonries y bailas por el pasillo.


Te vi anoche. Te llame por tu nombre y tú te giraste, me miraste con esos ojos de todos los colores y yo no supe que decir.

Qué fácil sería todo si fuese verdad. Si te hubiera visto anoche, si hoy sonase el teléfono y estuvieras al otro lado, si dijeses tres veces mi nombre y me pidieras que cruzará el mundo por ti.


Pero el teléfono pasa de mí, me mira desde una esquina de mi habitación y se encoge de hombros y yo, muerto del asco, prefiero ni mirarle. Huele a fracaso, a calcetín sudado y a otoño. Las paredes tienen la deferencia de disfrazarse de barrotes. Y yo acabo creyéndome que son barrotes. Sueño que soy prisionero de mi desidia y que algún día vendrás tú a sacarme de aquí.


Sueño, porque la gente que no tiene nada que hacer a veces prefiere soñar a vivir, aun a riesgo de que se lo coman los fantasmas. Sólo el sol consigue levantarme, con una caricia zalamera como preparandose para pegarme un bofetón de revés. Miro al despertador, que también guarda silencio, esperando que me mueva para decidir que hacer. Me doy la vuelta y clavo la mirada en el techo.


Y pienso en un futuro sin ti. En empezar a hacer frente a tanta deuda financiera, emocional, estilística y moral...


Resoplo. Que nadie me dijo que la magia era un truco, que las pilas se gastaban, y que los comodines eran de papel pintado. He descubierto que el mundo apesta a rutina, que me mata la falta de ambición, que toda la mierda huele mal y que ya no tenemos nada que hacer cuando hay metástasis.


Que lo podrido está podrido y a lo crudo le faltan cinco minutitos más.


A mí que me dejen mirar por la ventana del tren, que me quiten el plato, se metan por el culo el foie descompuesto y tanta orden muda.

Que ya cansa lo de escribir sin tener nada que decir, sin pretender, sin poder insultar, ni cagarse en, ni desearle la muerte a, ni decir que hasta aquí hemos llegado.


Me gusta comer churros, masturbarme a las retantas. Me gusta no hacer nada, perder el tiempo, no hablar, me gusta llegar a casa cansado sin ganas de preguntar que tal, me gusta pasarme horas sin sonreír, me gusta hasta cierto punto que me ignoren y me gusta hasta cierto punto ignorar sin que nadie tenga que partirse la camisa.

Me gustaría gritar, escupirle al mundo un lo siento disfrazado de jódete. “Perdona por no cumplir con las expectativas pero entiéndeme, que te den por el culo”.


Lo único que sé es que se me escapa la vida entre los dedos, que no me situo en ningún mapa, que cada vez me da más vergüenza mirar a los ojos de alguien cuando digo algo que me sale de dentro.

Sé que te echo de menos. A ti y a los chopos de mi barrio. A mis buenas ideas, a mis noches en vela.

Al villano irrisoria que firma como Yela y al cabrón irredento que no dará su nombre y tendrá la deferencia de no dar el tuyo.


Que el mundo cambia y yo con el mundo, la vida pasa y me voy con ella.


Y tengo miedo de que mañana al levantarme sienta que se me enfría el alma, oiga como pican los obreros el gris de la calle y no me acuerde de pensar que en el algún lugar de mundo tú te cubres con el azul de tu toalla.



-.La foto es una panorámica del callejón donde vivo, la canción de los Red Hot Chili Peppers. Feliz cinco de octubre.




miércoles, 7 de septiembre de 2011

Dentro del sueño o fuera de mi alma.




No reconozco el suspiro de los toros, el olor de la higuera, no recuerdo el color del pasillo de mi casa, la luz que entra en mi cuarto en primavera. A veces olvido rostros, nombres, ideas.


Y miro por la ventana y pienso que el cielo necesitaría un alféizar.


Veo la calle e intento recordar. ¿Cuál fue la primera canción que canté? ¿Cómo se llamaba mi primer amigo? ¿De que color eran sus ojos?


Me pregunto tantas cosas y sólo encuentro dudas. Puertas cerradas, fotos saturadas en tonos naranjas y sueños que se repiten. Sueños de gloria, de abandono; aventuras con la realidad como única red.


Ocurre que me despierto, tarareo y salgo a la calle, y nada cambia; el mismo autobús, las mismas aulas, las mismas tiendas salpicadas de transeúntes carentes del mismo rostro.


Y entonces yo acabo por dudar si realmente viví días de gloria, si no me habré inventado mis aventuras, o habré imaginado las anécdotas que a veces me da por contar. ¿Y que más da que lo haya soñado?


¿Acaso eso hace menos estrepitosos mis fracasos? ¿Menos tristes los rechazos? ¿Más valientes los actos de cobardía?


Estoy harto de la normalidad y todo lo que le concierne, quiero olvidarme de las aceras y hablar con los monstruos que me persiguen.


Esos mismos que me gritan que el mundo es del Diablo y en tus ojos vive Dios. Esos que hablan con voces cargadas de magia, y escriben en telas vírgenes con plumas que chorrean sangre. Ellos, que pretenden que mis teclas disparen balas y los minuteros de mi reloj cambien el mundo.


No recuerdo ya nada, no entiendo ni lo más elemental, miro atrás y veo cables atados y al fondo una mano que los esgrime. Una mano que no alcanzo a reconocer.


Los monstruos ríen. Dicen que es mi propia mano, la que algún día alguien me cortará por robar una barra de pan. Yo me encojo de hombros y echo a andar hacia delante.


El amanecer, el día, la noche, Navidad, páginas en el suelo, los años, un trabajo, el amor y de postre chocolate caliente, un coche, aquella televisión grande que te cagas, canciones con la voz rota, libros, sueños, un hijo, otro, un perro, la jubilación, un viaje que me quedaba por hacer y el mundo muere entre mis manos, y me voy con una sonrisa.


Sé que me despierto. Noto el peso de mis pasos, el sudor en mi espalda, el cordón desatado de mi zapato y las ganas de echarme a volar. Pero la inspiración me aparta los labios justo cuanto separo los pies del suelo.


Y yo rujo por dentro, me cago en las cosas bonitas, esas que quiero crear, o destrozar, o besar en la frente. Estoy caminando, porque no me queda otra, porque no le encuentro, ni a la inspiración, ni a Dios, ni a mis respuestas la boca.


Yo camino. Y mientras, la vida pasa y me arrastra; ella sabrá a donde. Yo lo único que tengo claro, es lo que dejo atrás.



P.S Mucha suerte con los sueños, es lo que más justamente nos ganamos en la vida, el más dulce premio o el castigo más puñetero. A mí me encantan mis sueños, Laura Marling y los juegos de azar. Salud.


martes, 6 de septiembre de 2011

Héroes.





Hubo un tiempo en el que quería ser un superhéroe, quería bajar de los cielos con los pies por delante y entre palmas y vítores hacer frente a algún villano simplón. Soñaba con mi traje multicolor, y me retrataba a mí mismo en el borde de los cuadernos, entrando en casas en llamas, haciendo frente a alguna invasión alienigena...


Algo en el negocio me debió echar para atrás.


Tal vez fueron las mallas, o lo de trabajar sin contrato. Puede que me creyera aquella máxima de líder guerrillero, esa coletilla empecinada que se repetía en la tinta movida de tantas y tantas páginas de cómic. Esa que hablaba del poder y la responsabilidad.


Yo era un niño con aparato y sin visión de rayos, lo último a lo que me quería enfrentar era a aquella idea difusa que teñía de gris la vida de tantos hombres. Un monstruo sin cara, sin armas, un fantasma al que ninguno de mis héroes podía vencer.


Supongo que me dio por pensar. “Qué puedo hacer yo que ni levanto locomotoras, ni paro balas con el pecho; yo, que ni siquiera me llevo al final a la chica... ¿Cómo cojones me enfrento a la todopoderosa responsabilidad?”


Y entonces me dí cuenta de que la solución más fácil era obviar la otra parte de la ecuación. Renuncié a tener un gran poder, me alejé de las luces extrañas, de halos de magia, de las arañas radiactivas e incluso de la comida china.


No volví a ponerme jamás una capa, o un antifaz y viví tranquilo, sintiéndome normal. Un personaje de relleno, de esos que se asombra entre la multitud y señala, incrédulo, al héroe, que gentil se deja fotografiar.


Pero no coló.


Alguien se debió de ir de la lengua, debió contar por ahí que soñaba con cambiar el mundo, o con hacerte mía; puede que gritase demasiado alto alguna consigna demasiado heroica, o que confesase borracho algún pecado demasiado vil.


Sea como fuere, una mañana estaba ahí. Vestida de gala, con su sonrisa blanca y cínica, su capa azul hondeando al viento. La puta Responsabilidad, erguida sobre el cadáver caliente de todos y cada uno de mis errores.


Y yo maldecía.


Me cagué en todos los héroes, en sus principios y en sus máscaras. En sus mentiras. En sus quejas sin sentido.


Porque que quieres que te diga, cuando puedes con el mundo entero a tus espaldas, el mundo entero no es una carga. ¿Pero qué puedo levantar yo?


Yo, que lo más parecido que tengo a un disfraz es mi pijama. Yo, que nunca sabré lo que es salir a patrullar por Manhattan.


Pues a mí también me empezaron a asaltar villanos, algunos disfrazados de duda, otros de falsa oportunidad, villanos que me oprimían o que pretendían alejarme de mis metas.


Encaré a algunos, huí de muchos.


Y aprendí que el único motivo por el que vale la pena enfrentarse a algo es por uno mismo, que no es una cuestión de poder, si no de integridad.


Aprendí que los héroes son una panda de cabrones, que se quejan y balbucean, temen lo que todos tememos, y dudan hasta el último instante para luego, además, llevarse un aplauso.


El mundo aplaude a sus héroes porque apuntar con las palmas al cielo es fácil.


Pero para mí, no hay aplausos, nadie me dirige una loa porque aplaudir hacia abajo es, además de incómodo, muy poco elegante.




P.S: La foto es de un tío muy interesante, se llama Reuben Cox y es americano, tiene en su página retratos muy curiosos de grandes artistas. Vivos y muertos, auténticos héroes al más puro estilo David Bowie.


sábado, 3 de septiembre de 2011

Fábulas y demócratas.




El mundo ruge con furia, va en manada a los estadios, a las plazas, a los balcones de sus casas y desde ahí grita.


Ruge, está cansado de que nada nuevo ocurra bajo el cielo y por eso lo pretende quebrar, que caigan los aviones y las estrellas; hartos de esperar una ascensión que no llega intentan cambiar las tornas. Reequilibrar la balanza.


Que los poderosos caigan de sus tronos de mármol, choquen con la grava caliente, se raspen las rodillas y lloren, como los niños que nunca dejaron de ser.


Pero resulta que el grito no funciona, que los dioses de este mundo no escuchan más que un barullo de jadeos y quejas y desde sus altares se limitan a exhalar un suspiro.


¿Cual es el poder del pueblo? ¿Existe un pueblo? ¿Un poder?


Son palabras que alguien dibujó en un libro viejo. Palabras tenebrosas, cargadas de ecos mortuorios, afiladas, como sólo pueden estarlo las mentiras.


Pero hay quien las cree. Quien cree en promesas rotas, y por esa grita, quieren lo que es suyo, lo que nunca le has pertenecido pero han ganada con el sudor de su frente. Y lanzan desde el suelo las más bellas palabras, palabras que rebotan chocan y se ven catapultadas contra las más altas torres.


Palabras como justicia, libertad, verdad, derecho, fin, sueño, solidaridad, utopía, lucha, valor, esfuerzo.


Y los dioses ríen. Miran al rebaño y no ven más que eso. Ovejas que se retuercen, algo les pica y no aciertan a rascarse.


Lo que no saben los dioses es que las palabras no están vacías, lo que han olvidado los dioses es que en realidad, como sus pobres ovejas, no son más que hombres, a los que la pólvora, o la verdad, o el olvido pueden dar muerte.


Lo que definitivamente no recuerdan, es que a veces surgen hombres sabios, hombres que ven la brecha en sus torres, hombres tal vez demasiado cobardes como cargar, pero tal vez, sólo tal vez, lo suficientemente íntegros como para señalar el camino.


Hombres a los que el traje de oveja les va pequeño. Hombres, que en definitiva, deben disfrazarse de pastor.



-. Ya perdonaran los lectores asiduos el frecuento uso de la imaginería católica, pero desde el blog creemos que la mejor forma de rendir culto a esa maravillosa tradición judeo-cristiana es precisamente convertir ese simbolismo (que tan asumido tenemos) en un arma contestataria. A fin de cuentas el mensaje de Cristo, como el todo hombre de pelo largo que se precie, es un mensaje que apesta a revolución.

Coronando la entrada, un mirlo o puede que un gorrión a contraluz.


martes, 30 de agosto de 2011

Escena primera.



Esta es una de esas historias sin moraleja, un cuento de los de no acabar, uno al que el punto y final no silencia. “Que la vida no hace borrón y cuenta nueva, muchacho, no hay “colorín-colorado” ni perdices al final”. Como mucho una cerveza, un cigarro (si te permites la osadia) y remordimientos.

Tú suspiras, esperando que caigan del cielo los títulos de crédito, pero sabes que la vida no es como el cine; aquí las únicas luces están dentro de tu cabeza, los planos que importan son los de huída, las secuelas se llaman cicatriz y los guiones están sin acabar.

Pero a ti te da igual, andas calle abajo y entornas los ojos, te subes el cuello y te sientes James Dean. Te inventas una banda sonora y sueñas con una cámara que grabe a tu espalda. "Toma buena", te dices, y giras los talones para mirar atrás.

Y te encuentras al viento haciendo de claqueta, alguna rama aplaude, y una señora en alpargatas te mira con incredulidad. Tus desgracias no caben en noventa minutos. Ha sido una vida de largo metraje. Una saga de infamia y arrepentimiento que no sabes por donde empezar a contar.

Por un paseo cualquiera, por la última cena o el desayuno que le siguió. Piensas en hablar de porque te tiemblan las manos, de la sangre en tu camisa y callas. Cada paso, cada beso, golpe, arañazo, cigarro.

Causas, excusas, razones y por un momento tu vida fluye marcha atrás.

Regresas el primer minuto de la cinta, ves pasar los primeros compases de esa ópera de la amargura que llamaste niñez. Resoplas.

Niegas en voz alta, una, dos, tres veces hasta que las sirenas te acallan. Luces, cámaras. Te agarran del brazo y tú te zafas como haría Clint Eastwood. Se te echan otros dos encima, caes entre golpes, sonries a cámara.

Y el fondo se vuelve negro.

Se hace la luz derrepente, el plano vuelve a los estudios y una mujer oportunamente maquillada habla de tragedia. “Los vecinos aun están consternados, bueno y...”- añade- “ahora la información deportiva”.

Tú te ries. De repente ves letras blancas que anuncian el fin y ya nada te importa, ni las cadenas que despellejan tus tobillos, ni las cuatro consecutivas que te esperan en Herrera de la Mancha.

Y piensas en una canción lenta. Una que haga sentir a la gente que tenías tus motivos, que nunca fuiste tan malo, una canción que mitigue la lágrima y empuje la sonrisa, pero reculas.

No vaya a ser que justo al final te salgas del personaje.









sábado, 27 de agosto de 2011

Que se joda el sepulturero.



Sabes de que color son los pingüinos y a que huele el agua de mar, sabes como se ve la tierra desde el infinito y cuantas mentiras caben en un instante. Y yo aun pretendo sorprenderte con el tacto de la arena o la luz de una vela.

¿Qué puedo decirte que no te hayan contado ya?

Si sabes como acaban los imperios, y las revoluciones, y los bailes agarrados cuando nos brilla el alcohol en los ojos. Si ya has visto por la tele lo que le sigue al amor. De madrugada emiten en blanco y negro monográficos de soledad, esa que has leído en tantos labios, que has oído en tantos versos.

Ya has escuchado este blues, sabes como suena la cuerda tensada y el grillete apretado. ¿Qué sentido tiene insistir?

Insistir en la luna, en el viento, en la muerte o el miedo. ¿Para qué?

¿De verdad te puedo sorprender?

¿A ti? Que sabes que ya no quedan dioses, que has visto morir la integridad y alzarse sobre su cuerpo aun caliente el valor del cinismo. Pero si has perdido la fe en la reencarnación e incluso en el libre mercado... ¿Con que cantinela te vengo? ¿Con que regalo te desconcierto?

Si han puesto a tus pies el mundo, lo sagrado y lo convulso, todo lo imaginado, lo robado. Mirra, incienso, oro y un Ipod.

¿Hay algo que no haya dicho Sartre, o Lorca, o Dylan, o Lennon? ¿Obviaron algún detalle Scorsese, Kubric, Coppola o Goya?

¿Qué fuerza desentrañable? ¿Qué pecado irredento? ¿Qué insulto? ¿Qué duda?

¡Dime, joder!

Pídeme una historia, o regálamela; exígeme una canción o un dibujo hecho con el pie. Muéstrame un centímetro del mundo, de tu mundo, de tu piel, que aun pueda corromper. Pisar, perder, manchar y luego buscar para volver a perder.

Dime qué decir, cómo hacerlo, para qué.

Si todos los pequeños pasos están dados, y de los grandes pasos es mejor no hablar, porque parece que sólo sepamos darlos hacía atrás. Si sobran canciones de amor en el mundo, y nos falta tanto amor en vena. Si nos sobran derechos y nos faltan obligaciones. Si por mucho que cambien los tiempos, todo se queda igual.

Y que más da, si a fin de cuentas la película siempre ha sido la misma. Tú nombre ha salido en letras grandes en el cartel y yo he estado encargado de escribir el remake.




martes, 9 de agosto de 2011

Ballad of a nothingman



Iconos del pasado paladean un llanto que sabe a arena. Yo escribo, porque supongo que no sé hacer otra cosa, te confieso que he vivido; poco, tarde y mal, pero lo he hecho; sí,con nefastas consecuencias, tanto para mí como para cualquiera de los míos.

Me arden las tripas, no me cabe el alma dentro;mentí, demasiadas veces como para recordar cual era el motivo que me empujaba a hacerlo. Supongo que simple vanidad. Sin acritud diré que me creí eso que dijo Goebbels de que la verdad está sobrevalorada; compre lentejas señora, y fiese de lo que digo.

Tiemblo al pensar en ojos, en miradas, en clavar mis ideales en tus pupilas y dejarlos ahí. Hondear.

Solamente quise ser un personaje. Jeff Briges cabalgando con un parche en el ojo y el alma recién remendada. Siempre tuve miedo, a la vida, a la muerte, al rechazo y a la soledad. La única manera de curarte los miedos es que te empitonen con ellos. Dicen los toreros, pero que sabrán ellos.

Antes de saltar al ruedo hay que pasar por el burladero. Y a muchos nos puede la tentación de quedarnos a ver la vida desde el otro lado del cristal.

Donde no tiembla el pulso, ni sopla viento, ni hace ni frío ni calor. Cómodos.

Así vivimos los que tememos vivir.

Vivir es aceptar un reto; uno que no tienes muy claro y no te atreves a pedir que te vuelvan a explicar.

Uno que va de conocerse, vencerse, levantarse y volver a empezar. Lanzar cuchillos al viento. Pactar promesas que apestan a aceite de motor. Conjurarse a base de perdones; que no quieres, porque sabes que no mereces, pero que necesitas.

Vivir es andar, moverse, pensar. Sentir que avanzas aunque no vayas a ningún sitio. Es encarar el horizonte. Lejano e incierto. Vacuo, como una utopía, como una promesa de amor. Tan sólo es una excusa. Un manera de no quedarse quieto.

De no dejarse atrapar.

Dicen los santos que los malvados huyen sin motivo y yo les contesto con malicia que siempre hay un motivo para huir. Un salvoconducto. Un peaje que se puede uno permitir. Aunque tampoco te salve de nada.

A mí sólo me salvas tú y de ti sólo me queda el silencio. Palabras que aun tengo escritas en el oído. Mensajes sin botella. Fotos sin marco.

Y ya es tarde, supongo, para irte con la cantinela del “Yo pecador me confieso mudo”.




lunes, 16 de mayo de 2011

Alto el fuego.

Queda declarado oficialmente, gracias a todos los que me habéis leído a lo largo de este año. Espero que os haya parecido por lo menos interesante. Continuó mi actividad bloguera en:


Sé que es una chorrada; simplemente es cambiar de URL, pero hay veces que lo que el cuerpo te pide es mudarte. Irte, lejos, lejos de cojones.

Un abrazo y que ojalá nunca os quedéis sin balas en la recámara.

miércoles, 23 de marzo de 2011

La erección del ahorcado.


"EL POEMA ES LA ERECCIÓN DEL AHORCADO.
Demasiado tarde y para nadie. Pero ahí"

David Eloy Rodríguez.






Creo un nuevo blog, un espacio crítico-reflexivo, sobre literatura, cine, música... y todas esas cosas que nos vuelven locos a los culturetas frustrados. El nombre queda explicado arriba, con los versos del amigo David. Los cincos primeros posts van a ir dedicados a mis cincos libros "favoritos", empezamos con el viejo y el mar del gran Ernest Hemingway. Ojalá saquéis algo en claro:




miércoles, 23 de febrero de 2011

Jamás le hagas cosquillas a un dragón dormido.





Qué por qué no existían los dragones.

Eso me preguntó aquel crío de ojos marrones, lagrimeaba y le colgaba el moquillo, el labio le bailaba y el miedo se le mezclaba con la rabia del que se siente engañado.

Yo no supe que decirle, supongo que un “el mundo es una mierda” me sonaba demasiado crudo y simplista, así que lo compliqué. Y le hablé de los dinosaurios, que eran algo así como dragones y de cómo un meteorito se los cargo sin contemplaciones.

El niño tenía los ojos muy abiertos, cómo si un pedrusco acabase de caer del cielo y me hubiera dejado hecho puré a sus pies.

Qué por qué cayó el meteorito, dijo, aun más trastocado que antes, temblaba y paseaba sus manitas de aquí a allá, buscando un sitio dónde no le estorbaran.

“Pues porque el mundo no es justo, y de vez en cuando la mierda te cae encima por arte de birlibirloque” tendría que haberle contestado, pero me sonó agresivo y preferí hablar a aquel chiquillo de los astros. De las órbitas elípticas y de la trayectoria de los cometas, de la vía láctea y de los agujeros negros. Le expliqué, que lo de los dinosaurios fue simplemente mala suerte, les aplastó un meteorito gigantesco, los que caen ahora son tan pequeños que ni los notamos, añadí intentando tranquilizarle.

Pero él no entendió nada, o entendió todo mejor que yo, clavó la mirada en el suelo y se echó a llorar; le eché la mano al pelo y le dije que no se preocupara, que había un montón de animales increíbles que si que existían, que antes o después vería en un zoo, o en el circo.

Él se sorbió los mocos y me miró con desprecio, como si fuese incapaz de entender lo que realmente importa, “¡No es eso!” me gritó, “Yo sabía la forma de un dragón y cuando lo veía podía irme corriendo pero no sé como es la mala suerte.”

Y entonces pensé en mentirle, en decirle que “no se preocupara por eso, que la mala suerte no existe, que se junta con los dragones y los dinosaurios, porque aquí, entre las personas que existimos de verdad no tiene nada que hacer.”. Y me sonó extrañamente tranquilizador, así que se lo solté, esperando que aquel parvulito encontrará una grieta a mi razonamiento y se me echará al cuello con vehemencia. Pero nada.

Se me quedó mirando pensativo, con el ceño fruncido y el moquillo aun colgando; asintió muy despacio y se fue tranquilizando. A mí me quemaban las entrañas. El se perdió entre los columpios y nunca más volvieron a preocuparle el ataque de los dragones, los meteoritos salidos de órbita o los reveses del destino.

A los veintitrés recién cumplidos aquel crío quebró, las tragaperras le chuparon hasta el ultimo céntimo y él se justificó, decía que diecisiete años atrás un pedazo de cabrón había decidido engañarle. No sé que hará ahora con su vida, cuentan por ahí que un dragón se lo comió, que desapareció de la noche a la mañana y su casa amaneció llena de escamas y hollín.

A la gente le encanta inventar, sobre todo si así consiguen hacerme perder credibilidad.



-.Foto del mismo tipo que la entrada anterior que como esta acaba de salir del tintero. Cuidado con los dragones y feliz primavera, que según el día de la marmota, este año se adelanta.

"Siempre que sueño las playas, las sueño solas, mi vida."





Nunca parecía asustado, ese era el único don que se atrevía a exhibir, el resto se los guardaba para sí, a sabiendas, celoso, de lo que vale la información. Era un hombre consciente, a pesar de lo ausente de su mirada, sabía más de lo que aparentaba y callaba más de lo que decía.

En el barrio le conocían por esa supuesta valentía de corcho-pan, por aquel orgullo arrabalero que le hacía partirse la camisa y sacar pecho ante la más mínima afrenta; los que le conocían de verdad, tal vez, a sabiendas de las cartas que llevaba escondidas en la manga se atrevían a tachar tanta barrabasada de farol. Yo sigo sin tenerlo claro. A veces prefiero pensar que pintaban bastos y él tenía as y tres.

Dicen que la única diferencia entre un cobarde y un valiente es que uno sabe a lo que se enfrenta y el otro tan sólo cree saberlo; eso dijo Bukowski, supongo que para justificarse, era un viejo acojonado. No como este muchacho.

Bebía, como el viejo cabrón de Hank, también para olvidar, para olvidar que esto duele, que las cargas pesan, que mañana tocará volver a empezar, el bebía, bebía hasta poder permitirse el lujo de llorar, de aflojar la máscara o de apretarla con saña.

A cualquier otro le hubieran pedido cuentas, un “echa el freno”, “esto te va a acabar jodiendo”; pero que le echabas en cara a él, que aparentemente nada tenía en este mundo; una vida difícil sin muchas expectativas, eso tenía el pobre cabrón, “las oportunidades se las tengo contadas, no me venga usted a sisar ninguna”, le susurraba la vida y el asentía con todo el cinismo del que disponía. Apuraba el cubata, mataba el cigarro y echaba a andar, cruzaba los dedos, y se conjuraba, esperaba que la vida se hubiera equivocado al contar.

Si Da Vinci hubiera captado esa sonrisa suya, resignada, desdibujada, como reflejada en un espejo de carnaval, el arte tendría un digno arquetipo de perfección humana, un hombre dolido, que no cree en aquel cuento chino del rendirse. Pero no, Leonardo tuvo que retratar a aquella furcia andrógina... de errores está la historia llena.

De errores subsanables y de errores que acaban mal; muy mal.

La última vez que le vi era de noche, de un salto salió de las tripas de aquel bar, me vio y decidió acercarseme, él andaba torcido, y que coño, yo también. Cruzamos un abrazo y cuatro palabras, me pidió fuego y no pude más que encogerme de hombros, se colocó el pitillo en la oreja, que daba igual que encontraría algún mechero que robar.

Hablamos de los planes de la noche, nuestros caminos se separan, dijo ladeando la cabeza, y yo asentí; esta noche habrá bulla, gruñó mirando al tendido y yo me lo quede mirando, le pregunte si la había o él la iba a ir a buscar.

Que mañana te cuento. Que cuides, no te arriesgues; le pedí.

Cuando la mano es buena no hay riesgo; me soltó mientras me tendía esa zarpa, grande, callosa, dura, cómo él. Le despedí y se fue calle abajo.

Andaba con paso flamenco, sin miedo en la mirada, tarareaba con la cabeza y con los dedos se aliñaba el cigarro que yo no le pude encender.



martes, 8 de febrero de 2011

"Toca una canción para mí."




Cuentan que se había pasado la vida huyendo, nunca nadie supo de que o de quien, tal vez de si mismo; cuando le conocí ya peinaba canas, el tiempo le había suavizado la barba y la expresión, y el fuego de sus ojos se había convertido en chispa de mechero. Pero él seguía huyendo.


Corría de aquí a allá y se lo tomaba con filosofía, regalaba sonrisas socarronas a la gente que se le cruzaba, con las manos en los bolsillos silbaba un intento de versión de Light my fire y clavaba la vista muy arriba, como intentando reflotarse de algún pozo profundo.


Las farolas iban regalándole sombras a su paso, pero él no tardaba en dejarlas atrás con ese trote frenético de corredor de fondo jubilado, de maniaco necesitado de acción, de perdedor en busca de una oportunidad. Tenía un aire bíblico, una voz profunda de esas que hace ecos en tus adentros; hablaba poco y no le hacia falta más, esa mirada suya convertía en buen entendedor a cualquiera.


Cruzaba la ciudad con ese taconeo nervioso de botín gastado, taladrando las baldosas de las aceras, de vez en cuando se giraba y miraba hacía atrás, con miedo, como si viera un árbol recién talado cayendo hacia él o como si los edificios se convirtiesen en olas a punto de romper.


Le vi de lejos, con ese traje viejo que hubiera sido elegante de ser algo más grande o de haber ceñido un cuerpo más pequeño. Recuerdo que pensé que no me miraba a mí, parecía abarcarlo todo con sus ojos grises, o a lo mejor yo parecía muy poca cosa reflejado en ellos. Sea como fuere cuando me agarró del hombro y tiró de mí calle abajo el corazón me dio un vuelco.


Resoplaba, los años, o las penurias, o la roña de los bolsillos le pesaba, aprovechaba su giro de cuello espasmódico para mirarme a los ojos y decirme con una caída nerviosa de párpados que todo estaba bien.


Y yo le creía, no me preguntes por qué; no sabía que decirle, como negarme a seguirle. Aquel tipo, aquel amigo desconocido de la infancia me resultaba convincente, así que me limitaba a asentir cada vez que se giraba a comprobar que el mundo aun no se había desmoronado.


Miraba a los ojos a todos y cada uno de los peatones que se cruzaba y parecía ver algo en sus pupilas, un motivo, un fin, un deseo sucio; ellos le apartaban la mirada y el se sonreía, se pasaba la lengua por los labios y retomaba con ímpetu el órgano frenético de Light my fire.


La calle se nos hacia corta, las caras de la gente se me hacían conocidas, como las tiendas y los sonidos de sirena, bocina, grito y frenazo que mecían mis oídos. Aquel hombre parecía estar escuchando otra melodía en su cabeza, ahora con las años y la experiencia me creo capaz de afirmar que lo que le taladraba el tímpano a mi colega aquella noche de invierno era ni más ni menos que los ecos de Hush, de los Deep Purple; aunque puede que me equivoque, que simplemente fuese un “no” lanzado con amargura y que empecinado se resistía a salírsele de la oreja.


A saber.


Lo importante no es eso, lo importante es que cruzamos la ciudad, arrastrándonos sobre ese mar de luces inmutables de farola y de focos danzarines de coche, andamos y andamos hasta llegar a ninguna parte. Entonces él se paró, su pie redoblaba, como poco acostumbrado a esa calma chica, a esa situación tensa de “¿Qué nos has llevado a aquí?”.



Él no me dijo su nombre, yo no sé lo pregunté; se hurgó durante unos instantes los bolsillos y al rato extendió una de sus manos, parecía hecha en cuero, un cuero viejo, mojado y secado mil veces al sol, me tendió un paquete de cerillas y una armónica oxidada, “para que no te quedes a oscuras, ni pierdas el ritmo” me explicó con una sonrisa desahogada.


Yo me lo quede mirando y él con reverencia se quito el sombrero, aquel sombrero negro, desgastado y manchado de días fríos y noches de alcohol. Lo dejó caer hacia mi cabeza y yo ahí plantado, me deje hacer, como recibiendo un bautismo de 80% polyester y 20% algodón.


Me dio la espalda y yo le llamé con un “¿A dónde vas?”, “A algún bar” me respondió, antes de añadir “Ahora la llevas tú.”. Se perdió calle arriba. Yo le observaba alejarse en silencio, intentando entender lo que acababa de pasar. Un escalofrío me siseó en la nuca, me subí las solapas y eché a andar buscando una explicación. Silbaba Light my fire y el viento cruzaba embravado la vieja Desolation Row.



-.Pues eso, foto de Sergio Formoso, http://www.flickr.com/photos/sergiopixel/ ; el texto pretende ser un recordatorio explícito de que escribo lo que (y como) me da la gana, cuando me apetece y porque quiero. Libertad de redacción, libertad de expresión, inútil libertad. Feliz 8 de febrero a todo el mundo.






miércoles, 12 de enero de 2011

Entrando cruzado.




"Una primera frase bien hilada es como un disparo de aviso, seco, cortante y muy esclarecedor. Pero claro, requiere del valor necesario; quien clama al cielo con un colt en la mano lo hace a sabiendas de que hay quienes responden a ese tipo de avisos con otro disparo, no tan cortés.


De todo eso va esto, de balas perdidas y de clamar al cielo. De frases bien hiladas y de reunir el valor. De que te devuelvan el tiro.


Yo soy un cobarde, nunca habia sido quien disparase la pistola, ni siquiera la habia empuñado, yo, pobre de mí, pertenezco a ese grupo de personas que cierran los ojos al oir un tiro.


Por eso, a pesar de lo que el sentido común dicte he preferido no joderos el timpano con una frase contundente, como: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía habría de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.


No os pido que me llameis Ismael, ni os evoco lugares remotos de la Mancha, cuando todo esto empezo no estaba conduciendo un mustang rojo a la altura de Barlow, ni Arthur Ganate me estaba tirando de la lengua.


Esto no es una fábula moral, yo no soy un pescador cubano, tampoco es una retorcida red de paralelismos lingüisticos y retóricos, no es un guiño a nadie, no es un viaje ácido, ni un paseo por mundos fantásticos.


Muggles sin cicatriz, un intento fallido de cruzar el espejo del callejón del Gato, esta historia va de eso.


De niños perdidos que se arrastran desde el bar de la esquina hasta la tercera bocacalle a la derecha, recto hasta el amanecer.


Va de hacerse mayor supongo. De hacerse mayor cuando todo el mundo intenta perpetuarse en su fingida juventud, de ser integro mientras los demás zurcen a cara de perro los jirones de sus almas.


Va de esos tiempos en los que aun viviamos una vida tranquila, realmente tranquila, una existencia monótona siempre tiende a resaltar los hechos que se salen de lo gris. Para lo bueno y lo malo, eramos crios, un charco nos suponia un oceano en el que vivir una aventura inimaginable, pero tambien un lugar donde naufragar y morir ahogados.


El amor sonaba a te quiero despues de la paja, la aventura a amanecer ebrio, el valor era confesar en casa que se fumaba y al futuro no se le veia ni asomar la coronilla por el horizonte.


Días de todo y nada, vísperas de fiestas y mañanas de resaca con noches de las de quemar suela y neuronas de por medio. Una vida normal. Triste, pero es lo que hay, no eramos hombres ricos viviendo en el lujo, ni pobres malviviendo en busca de una oportunidad.


Cargabamos con la desasosegante cruz de pertencer a la incómoda clase media, media-baja, puestos a ponernos puntillosos y a sacar ese orgullo de chucho barriobajero que nos arde en el pecho a los bohemios.


Los bohemios, la gente especial, los que se autodenominan como tal son a fin de cuentas personas normales y corrientes a las que les parecia turbadora la idea de que les metieran en el mismo saco que al prójimo.


Hay quienes no aceptan ni una cosa ni la otra. Gente que rompe el saco. Él era uno de ellos. (...)"



Supongo que Beethoven sintió algo así cuando compuso los primeros compases de su quinta sinfonía. Valga la comparación, uno sabe que no es Beethoven, ni Lorca, ni nadie que se les parezca pero aun con todas, a mi parecer es la mejor obertura que nunca he escrito, parte de un relato de esos que se mandan a concurso a ver si suena la campana. Si me llevo el concurso ya invitaré a una ronda, de no ser así aceptaré ser invitado.


La foto de Adriana Tudela http://efemeridesatg.blogspot.com nubes y nubes allá en Bubal. Me ha costado decidirme entre esta y una de su novio en pijama. Salud y rocanrol.





martes, 11 de enero de 2011

El credo del incrédulo.





"(...)

Sonará a tópico, o a tontería, o a reflexión de parvulario pero yo nunca quise esto, no quise escribir un obituario a mi voz poética. Pero visto que la vis cómica ya está más que enterrada y que a mi ingenuidad se la están comiendo desde hace rato los gusanos ahí va eso:



Creo en la literatura, creo en el amor, creo en la libertad, creo en el socialismo como realidad política factible, creo en el futuro, creo en un intelectualidad sincera, creo que el hombre puede conocer y querer al mundo, creo que la fe es una patraña y que lo que realmente mueve montañas es el valor, creo que sobrevaloramos a los imposibles, creo que tampoco escribo tan mal, creo en mí, creo en Hemingway y creo en Bob Dylan cuando dice aquello de que los tiempos van a cambiar o que dura lluvia nos espera.

Creo en los avisos de bomba por falsos que sean, creo que realmente vale más la pena intentarlo que acobardarse, creo que
Goya no ha sido superado como pintor, creo que la televisión roba más almas que todas las religiones juntas y creo que Dios de existir perdonara mi ateísmo.

Creo en la justicia por encima de la igualdad, creo en el perdón de los pecados pero también creo que el hombre puede rehacerse un número finito de veces, creo que hay momentos en los que toca o dar un puñetazo sobre la mesa o callarse y hagas una cosa o la otra vas a tener que acarrear con las consecuencias.

Creo, realmente, que no soy quien quiero ser. Creo que mañana saldrá el sol, y que será el mismo que ayer, aunque brillen ojos nuevos bajo él.

Creo, que estoy hasta las
cojones de no poder decir que me cago en la pedantería del saber universitario que calla y otorga, que no rechista ni sale a la calle, estoy cansado de tener que tragar con la haraganería del pueblo al que pertenezco, de tener que sufrir el ser gobernado, y de forma directa cohibido por un gobierno que es cuanto menos inepto.

Creo que aun quiero cambiar el mundo, olvidar que los reyes magos son los padres o afrontarlo de verdad de una
puñetera vez. Quiero que mañana cuando me ponga al otro lado del teclado mi voz no este muerta sino otra vez al pie del cañón.

Creo que quiero ser feliz y que me da miedo intentarlo, y no sé si por miedo a fracasar o miedo a lograrlo. Yo que siempre odie los focos creo que se acerca la hora en la que mi sombra tenga que ser alargada.

Creo en todo eso y por eso mismo cuando me miro en el espejo no me siento escritor. Y aunque nunca lo vaya admitir por eso mismo es por lo que deseo con toda mi alma escribir, y contar una historia que valga de algo, no una historia de mentira. No una historia de mentiras. Nada que
huela a manido, o a bar, a bar viejo de esos que te ahumaban las neuronas, no a los bares fruto de esa ascética correción idealista de la izquierda.

Quiero una historia que merezca la pena ser contada, quiero sentir que tengo algo que contar."





-.La foto de Ángel Soler y el texto un fragmente de uno mío, grande, preciso y sincero como un cojón al descubierto. Una de esas cosas que no se pueden colgar a la ligera en internet, pero la conclusión me ha parecido tan digna que he creído que valía la pena airearla. Así además actualizo esto.



miércoles, 5 de enero de 2011

Barras de bar.






Arde, como arde una estufa de butano en mitad del desierto, arde el suelo a sus pies, echan chispas las arrugas de su alma y en sus labios se consume un cigarro.

Roba el viento sus cenizas. Como roba lágrimas a contratiempo e insultos de refilón. Dentro del bar el tiempo contiene el aliento y saca pecho. Los segundos se eternizan. Huele a falta de amor y a exceso podrido allá cerca del billar, se pasea un eco de humo por el paladar, brillan los vidrios al otro lado de la barra y los clientes suspiran.

En el pie de la banqueta redobla el tacón de un mocasín negro de la cuarenta y cuatro, su mirada fija en el extrarradio, su mano va del vaso al pelo, fluye güisqui nacional rebajado por su laringe y por su sien cruza como un tiro la voz de Roberto Iniesta.

Canta aquello de que está harto de tanta canción insulsa, de tanta reposición en la dos y de que no se diga lo que cuesta el amor . El muchacho resopla y le echan un brazo al hombro.

Que no te preocupes nano, le viene a decir, con el cinismo goteando del lacrimal el borracho de su vera, que jodidos estamos todos y más lo vamos a estar, se sonríe, y rebusca en su bolsillo, fuego, no encuentra, al parecer estamos faltos de gas.

Almas esbafadas, gente sin chispa. Corre un mechero por la barra, entre jarras y cántaros vertidos y llega a las manos a las que tiene que llegar.

Que escuches nano, prosigue el borracho sin soltar del hombro al joven, que hemos obrado mal, que claro que me arrepiento pero joder... grazna entre chupadas nerviosas de pitillo, yo no me dejo vencer, ¿Entiendes?, que un hombre que acepta su derrota no es hombre nano, un hombre no piensa en tirar la toalla, eso son mariconadas, un hombre de verdad sólo sabe aceptar el K.O.

El muchacho clava los ojos en sus mocasines, que han dejado de repiquetear, yo estoy contra las cuerdas, murmura antes de pegar un trago lánguido a su vaso, su acompañante se ríe y decide negar.

“No”.

Se calla y mide su silencio,toma carrerilla, uno, dos, tres y retoma el hilo.

Habla como hablan los hombres que creen no poder ser contradichos, como un coloso que no llega a ver sus pies de barro, el tío le da al palique, y cuenta lo que tiene que contar, se hace el duro, gesticula, extiende los jirones de su alma por esa esquina mal iluminada de ese bar de carretera.

Salpica de su barba el garrafón, de su mirada el sentimiento de abandono, ahora grita que para cuando le toque bajar a los infiernos no habrá caldera que no esté cubierta de nieve, y que espera que sea de la baratita.

El chico, el de los mocasines negro, parece cansarse y hace amago de recoger y salir por la puerta, el mundo afuera gira. A lo suyo, olvidando a los que quieren ser olvidados.

Los dardos cogen polvo y las bombillas parpadean, el joven desdobla la chaqueta y se la echa al hombro, se tambalea hasta la puerta. Una voz rota le ruge desde lo negro que buena suerte chaval.

El reloj da las tres y el sol pica que rabia. El viento sopla desbocado hacia el mar; arrastra cenizas, saliva y alguna palabrota.

En la parada del bus se agolpan las almas que deciden retomar un camino a ninguna parte.

El joven, antes muchacho del bar y ahora viajero, frota el pie contra el suelo, una, dos veces, y teniendo la certeza de que todo está en su sitio se mete las manos en los bolsillos y clava la mirada en el arcén izquierdo de la carretera.

Camina, y las ruedas rozan la grava sin clemencia, el rugir de los motores le salpica el tímpano y en el horizonte todo parece tener un poco más de sentido. Incluso el andar por andar...

Andar, por lo menos, hasta el siguiente bar.



-.Foto de Don Óscar J. Pintado, titula como esta entrada, parte del verso de una canción de Miguel Ríos. Feliz 2011, esperemos que los Reyes se porten con todos como deben. Yo a lo mío, escribo, leo, espero, miro por la ventana...