viernes, 17 de septiembre de 2010

Mausoleo de bolsillo





La huelga estaba siendo un éxito en aquel vergel venido a menos, aplastado por el peso del mármol enmohecido y el granito tallado, no quedaba ni un segundero dispuesto a volver a ser explotado.

Todos callaban, otorgando una paz velada, consternada, de mentiras pasadas; de esas que los relojes de pulsera tan bien conocen. De eso escriben en sus tardes de soledad.

Como aquella, plomiza, en la que el Sol brillaba por su ausencia; las lagrimas de pesar salpicaban por doquier esas callejuelas empinadas. Aquella tarde las endebles manecillas de todos aquellos relojes, con sus cuerpos de plástico, acero, oro o titanio nacarado, temblaban, aguantando al unísono la respiración.

Decían esas malas lenguas de trapo que no les necesitaban y ellos discrepaban, paseándose ante sus narices con su chulería torera, esa que gallardos exhiben quienes se creen ineludibles, esa con la que muerte y amor miran a sus presas.

Un tic tac enmudecido hacía retumbar el pavimento, los paseantes inquietos miraban atónitos la huelga golpeando a aquellos explotadores sublevados con la uña, intentando dar con algún esquirol.

Olía a tierra mojada, a hormiga húmeda y a tiempo parado. Y las prisas decidieron esfumarse. No les gustaba aquella colina, despertaba en sus entrañas de sentimiento presuroso un tenue latir de culpa. Y claro, siendo las prisas ese culo de mal asiento que son no iban a quedarse quietas con el regusto amargo del arrepentimiento asomándoles por el gaznate.

Ese paréntesis de calma no perturbaba el ser de aquel rincón de la ciudad. Aquella costra en la memoria del hombre, aquel paramo yermo regado de sonrisas melancólicas y rosas, alguna azucena y sobre todo el latir contenido de todos aquellos relojes.

De entre los nichos escapó un estertor, lo que en vida hubiera sido una risa, sin nervio, tranquila, una mueca de aquel que ya no tiene nada que esperar y puede entregarse a la desidia del descanso; los relojes se percataron.

Ellos que tenían a todos los hombres postrados, encadenados y cumpliendo la condena del vivir a ritmo de tambor de galera, nada tenían que hacer con esos cuerpos, de carne mórbida. Pasto de gusanos, que también hacían oídos sordos al tic-tac de sus entrañas; en aquel lugar nadie temía el sonido de lo inevitable pues nada quedaba por evitar.

Frustrados y acobardados los relojes se limitaron a correr un hueco en sus cadenas, a apretarse con fuerza a las muñecas de sus esclavos. Habían fracasado y cabreados retomaron a coro ese pulso maldito, ese aviso de bomba, ese que todos los presentes conocían, que algunos aun temían y que otros disfrutaban pues a sus oídos podridos de silencio ya se les había olvidado el taladrar de aquel redoble.

Un tic-tac que languideció a las puertas de la muerte. Como languidece el corazón.




PS. La foto es de una muchacha que deduzco carbayona, llevaba pensado poner otra, también suya, una cripta de su tierra que la chica había captado con aire hicthcockiano. No todo son muertos, la verdad es que lo que más me llama la atención de su galería son las fotos que le saca a varios bichejos, calmados, dulces, a lo mejor dejándose un poco en evidencia. A quien le interese echar un ojo: http://www.flickr.com/photos/shavy La foto titula: "Requiescat in pace"

3 comentarios:

  1. Un relato de un humor muy sutil, construido con fineza que me ha arrancado una sonrisa. La muerte nos hará libres de la dictadura del reloj. También es buena esa reflexión sobre el tiempo, sobre cómo nos tiene cogidos por los...
    Un saludo.
    PD: me ha venido a la cabeza un poema de Auden "¡Parad todos los relojes!..."

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  2. Me ha gustado mucho, Yela. Has empleado un lenguaje y una ironía que atrapan al lector. Esclavos del tiempo somos...

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  3. Muchas gracias a ambos.

    Igor, yo creo que para poder vivir con verdades tan crudas como la muerte es importante saberlas satirizar, quitarle hierro ; si no no habría consuelo posible...

    Auden precisamente en esa elegía no busca ningún consuelo, ningún apoyo, tan solo se deja llevar por el dolor del momento. Es una poesía preciosa.

    Marcos, lo más gordo es que nos dejamos esclavizar, vivimos con prisas y la culpa es nuestra por medir hasta los segundos; tanto calcular y obrar en consecuencia. Estoy seguro de que cuando le doy la espalda mi Casio me llama tonto.

    Un saludo a ambos.

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