lunes, 20 de diciembre de 2010

La fábula del hombre lobo.




El que a hierro mata a hierro muere, eso es así y él que diga que no tendrá tiempo de desdecirse, pasa con los políticos, con los poetas, con las malas influencias y con los vicios baratos.


Por pasarle, les pasa hasta a los chuchos sin más casta que el colmillo que enseñan, perros mil leches de venas cansadas, animales a los que aun perteneciendo a indecibles razas les cargan el sambenito de no pertenecer a ninguna.


De uno de esos va esta historia, se llamaba Jaco y así le llamaban, con toda la sorna del mundo; decía de si mismo que era el mejor en lo suyo y el muy cabrón no mentía.


Cuentan que tocaba con la rapidez de un tiro de speed bien cargado, de vez en cuando se enchufaba una loncha y veias como la inspiración se le descolgaba del rabillo del ojo; los lienzos se le quedaban pequeños y un día a martillazos decidio sacarle los trastes a su viejo Fender.


Ahí empezó todo, nunca se supo de los tratos y cambalaches en los que aquel crío de piel blanca y alma de negro chicano se había metido para conseguir sacarle los sonidos que le sacaba al instrumento. Él se sonreía, se recogia la melena en aquella cinta manchada y se echaba el bajo al hombro, pegando los labios al micro susurraba un: “Hola, me llamo Jaco Pastorius y soy el mejor bajista del mundo.”.


Sin arrogancia, era un simple aviso de lo que se cocía en aquellas salas en las que poco a poco fue consumiendose el alma del pobre muchacho.


Dicen las malas lenguas que no supo llevar el rol de ídolo de masas, de hombre a tener en cuenta; otros, a lo mejor más conscientes de lo que supone mirar hacia atrás y no ver el fin de tu propia sombra lo justifican; un hombre que toco techo muy pronto.


Los médicos, lo vieron claro, era un enfermo, un cordero con complejo de lobo; “pero descuida”, le tranquilizaron tendiendole un puño lleno de antidepresivos, “lo tuyo tiene cura, John”.


La ciencia pretendía salvar la vida útil de aquel genio y Jaco en primera instancia decidio cooperar, ya se sabe que los animales de su calaña comen de cualquier mano que les ofrezca.


A los pocos días, enzarzado en un mano a mano con el bajo, descubrió que aquellas drogas asépticas le dormian las zarpas. Le aseguraban el no perder la cabeza, pero de que le valia aquello si a cambio castraban su arte...


No sé sabe como ni por que, pero aquel perro pachón comenzo a aullarle a las botellas de Ballantine's, a dejarse el hocico detras de rastros tan blancos como su mismo pellejo. La industria vio en los ojos de su flamante mascota un deje de hombre lobo.


Sea como fuere, se aguo la polvora de sus venas, el fuego de su alma se consumio y el pobre Jaco que nunca dejo de ser un perro de nadie volvio a las calles en las que descansan los suyos. Hombres dedicados al vicio del malvivir, a las duchas de vino barato; hombres que no se atreven a saltar una vez más al ring.


Las gentes de bien no entendian al pobre diablo, no comprendian porque el músico más virtuoso de su generación ninguneaba su arte para ir dejando su maltrecha alma por el infierno de bares y fumaderos que frecuentaba. Lo apresaron, le meterieron entre rejas como a cualquier otro perro que hubiesen pillado sin collar.


Barrotes a él, no puedes apresar a quien ha dado de sí su disfraz de hombre. Jaco se limitaba a sentarse, a silbar entre dientes, sus pulgares redoblaban sobre sus muslos; tenía la mirada fija en aquellas paredes de penitenciaria de mala muerte; paredes que a sus ojos brillaban disfrazadas de horizonte.


Lo sacaron, le devolvieron aquel bajo que tantas veces había esgrimido y él con esas trazas de colono inglés que renuncia a la patria y se declara algonquino volvió a perderse por las calles sucias de la gran ciudad.


Bebía como aquel personaje de Saint-Exupéry, para olvidar, primero el destino perdido, después la gloria pasada, al final, como el bueno de Charlie Parker, bebía para olvidar la vergüenza de beber.


Jaco dió por perdida la partida, un hombre más cauto hubiese esperado en silencio el final pero este viejo perro no, quiso demostrar que aun tenía mordida y en cuanto se enteró de que Alphonso Johnson, un chucho con la misma sarna pero que no meaba dentro de casa, tocaba con Santana en un bar de la zona, decidio ir a marcar el territorio.


Le echaron del bar, a patadas, como de tantos otros.


Al encaramarse al siguiente tugurio en busca de un trago se topo de bruces con un cancerbero que decidió que estaba montando el numerito, Jaco sacó pecho y el susodicho portero se lo debio de hundir de una patada.


El pobre diablo ladró un par de blasfemias inconexas y dió de bruces contra el suelo, se abrazó a la grava caliente de la acera y sintiéndose desenmascarado por la muerte susurró con la lengua fuera un: “Hola, me llamo Jaco Pastorius y soy el mejor bajista del mundo.”.




-.La foto de Adriana Tudela, http://www.flickr.com/photos/atgfotografia El modelo otro loco como Jaco, también le saco a martillazos los trastes a su bajo y pinta que da gusto, http://derriboinminente.blogspot.com/ Echenle un ojo, yo me voy a seguir leyendo que Borges tiene mucho que contar. Salud.

3 comentarios:

  1. Ostia, pobre Jacko, derribado y destruido, él, que fue el mejor. Una buena historia, turbia como esos baretos perdidos.,
    Un saludo.

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  2. Muchas gracias Igor, turbia es la vida del artista, que pases buenas fiestas.

    Un saludico.

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