sábado, 3 de septiembre de 2011

Fábulas y demócratas.




El mundo ruge con furia, va en manada a los estadios, a las plazas, a los balcones de sus casas y desde ahí grita.


Ruge, está cansado de que nada nuevo ocurra bajo el cielo y por eso lo pretende quebrar, que caigan los aviones y las estrellas; hartos de esperar una ascensión que no llega intentan cambiar las tornas. Reequilibrar la balanza.


Que los poderosos caigan de sus tronos de mármol, choquen con la grava caliente, se raspen las rodillas y lloren, como los niños que nunca dejaron de ser.


Pero resulta que el grito no funciona, que los dioses de este mundo no escuchan más que un barullo de jadeos y quejas y desde sus altares se limitan a exhalar un suspiro.


¿Cual es el poder del pueblo? ¿Existe un pueblo? ¿Un poder?


Son palabras que alguien dibujó en un libro viejo. Palabras tenebrosas, cargadas de ecos mortuorios, afiladas, como sólo pueden estarlo las mentiras.


Pero hay quien las cree. Quien cree en promesas rotas, y por esa grita, quieren lo que es suyo, lo que nunca le has pertenecido pero han ganada con el sudor de su frente. Y lanzan desde el suelo las más bellas palabras, palabras que rebotan chocan y se ven catapultadas contra las más altas torres.


Palabras como justicia, libertad, verdad, derecho, fin, sueño, solidaridad, utopía, lucha, valor, esfuerzo.


Y los dioses ríen. Miran al rebaño y no ven más que eso. Ovejas que se retuercen, algo les pica y no aciertan a rascarse.


Lo que no saben los dioses es que las palabras no están vacías, lo que han olvidado los dioses es que en realidad, como sus pobres ovejas, no son más que hombres, a los que la pólvora, o la verdad, o el olvido pueden dar muerte.


Lo que definitivamente no recuerdan, es que a veces surgen hombres sabios, hombres que ven la brecha en sus torres, hombres tal vez demasiado cobardes como cargar, pero tal vez, sólo tal vez, lo suficientemente íntegros como para señalar el camino.


Hombres a los que el traje de oveja les va pequeño. Hombres, que en definitiva, deben disfrazarse de pastor.



-. Ya perdonaran los lectores asiduos el frecuento uso de la imaginería católica, pero desde el blog creemos que la mejor forma de rendir culto a esa maravillosa tradición judeo-cristiana es precisamente convertir ese simbolismo (que tan asumido tenemos) en un arma contestataria. A fin de cuentas el mensaje de Cristo, como el todo hombre de pelo largo que se precie, es un mensaje que apesta a revolución.

Coronando la entrada, un mirlo o puede que un gorrión a contraluz.


3 comentarios:

  1. Hola, Yela, puedes de verdad. No sé cuál es el poder de un pueblo. En realidad no tengo ni la más remota idea de eso. Y es una pregunta que muchas veces me hago. Estamos muy desunidos, cada uno a la suya. Eso sí lo sé.
    Saludos.

    ResponderEliminar
  2. Buenas Igor; yo también le doy vueltas al tema y creo que hacen falta ideas. Ganas hay muchísimas, pero sin un par de buenas cabezas indicando el camino se van a dar muchos pasos en falsos.

    ¿El poder del pueblo? Todo poder emana del pueblo, el pueblo es el poder, último juez y verdugo. O eso decía Rosseau, pero de aquello hace tanto que ya nos vamos olvidando...

    Un saludo compañero.

    ResponderEliminar
  3. Y si seguimos con la imagineria catolica... podemos añadir k el unico revolucionario k tenia las ideas claras fue el tal Jesus... y mira en lo k ha derivado todo... en el JMJ...
    ;-)

    ResponderEliminar