sábado, 24 de julio de 2010

Bandera blanca en el malecón.







Sin pesar, con rabia, con violencia inerte, de esa que mueve sistemas, de esa que delimita senderos, alinea planetas. Con el pulso constante de un viejo rock and roll, apretaba teclas. Pensando en tiempos mejores, en días de vino y rosas y no en las tormentas de granizo y ranas que veía por su ventanal. Escupió a la pantalla. No tenía nada que decir.

“¿A que saben los besos que nunca probé?”, preguntaba al desmenuzado teclado que en silencio le respondía, arqueando sus tildes y encogiendo las mayúsculas: “A lo mismo que todos los demás.”.

Se repetía la historia, como se repite la morcilla, que también está hecha de sangre seca.

Como la que tomaba el sol bajo su bigote. Como la que el cepillo de dientes se llevaba todas las noches de sus encías. Como la que se había lamido de todas sus heridas, esas que la vida, con sus mentiras afiladas y sus jugarretas contundentes le había ido brindando.

Una pierna rota por una metáfora que no había sabido entender, un corazón partido, por la ironía. “Riesgos de jugar a esto sin valerse del humor como escudo” le comentó al teclado.

El seguía a lo suyo, llevaba tan bien como podía lo de que le metieran el dedo en la yaga. “Si”, le quería contestar, pero no supo, tan solo acertaba a interpretar los golpes que recibía, sin pararse a dar réplica. Formaba palabras, palabras vacías. Efímeras. De esas que un mal Alt+F4 pueden borrar.

Y si no acababan los unos y ceros con ellas, sería el fuego, ese que acaba con todo. Ese que tiempo atrás aquel mismo teclado había visto en las pupilas marrones del escritor. Una llama que se había tornado en chispa, una chispa que se había quedado en gas. Un gas que no tenía ya fuelle.

Eso le quedaba. El anhelo esbafado de lo que había sido un sueño.
Claudicar.

“Resignarse…”. Escribió. El teclado rebosaba escepticismo, pese a todo, se sentía hundido, el fracaso de esos dedos, de esa mente, de ese corazón, era su fracaso.
Una carta de rendición. Poco le quedaba por hacer, aceptar la voluntad de aquel que escribía sus páginas. Cerrase sobre sí mismo y permanecer a la espera de que lo volvieran a necesitar.

Un destino amargo, como suelen ser los destinos. “Si son dulces los llaman recompensas.” Esclarecía el escritor, ante el ánimo aplastado de su compañero de fatigas.

Muchas noches en vela, desafiando a un lienzo, al vacio, a eso que tantos hombres temen, y que con su complicidad algunas maquinas ayudan a vencer. “Esto no acaba aquí.” Se dijo el teclado para sus circuitos.

Cruzo los cables y se encomendó a su antivirus. La pantalla vehemente, acudió en su ayuda.

Un “¿Estás seguro?” apareció en el fichero de Word, ante la mirada atónita del escritor.

“Si.” Tecleo aquel hombre, un joven ya viejo, con más miedo que alma.

“Fue bonito.” Brotó de la nada, agradeciendo su labor al literato.

“Siempre lo es, por eso lo hicimos.”

“¿No te queda nada?” le pregunto el teclado, aferrándose a cualquier posibilidad, por ínfima que fuese.

“Son todo trucos muy vistos, nada digno de repiquetearte.” Tecleó el caballero, con el gesto torcido, como intentando evitar que las entrañas se le salieran por la boca.

“¿Y esos roces que tuvimos?, ¿Esas caricias que no llegaron a nada? Tantas veces paseaste por mis teclas tus yemas para al final callarte…” dijo el teclado, usando su Times New Roman mas dolida y temblorosa.

“No tenía nada que decir… Como hoy, solo me queda un gracias, darle al “guardar como” y todo habrá acabado.” Respondió el escritor, con una forzada condescendencia.

“Pues adelante, yo no soy quien ha de aceptar tu rendición” Susurró en Arial Cursiva, como quien encorajinado pide a su verdugo que se dé prisa en liquidarle.

“-.Gracias…”

Y se apagó en su silla, tranquilo, con seriedad. El escáner bostezo un haz de luz. Ya era de día.

2 comentarios:

  1. Muy bueno este relato, Yela. Derrocha imaginación a raudales. Además has descrito muy bien la ansiedad de un escritor ante un folio en blanco o una pantalla vacía, ese que está deseando escribir aunque no sabe cómo empezar. Enhorabuena por tu relato. Es de premio. Un abrazo.

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  2. Marcos, premio suficiente es que haya gente como tú a la que le guste.
    La verdad es que poca imaginación le veo yo a esto, es dejarse llevar por la ansiedad del bloqueo y saberle sacar provecho.
    Un placer leerle y saber de usted, señor Callau.

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