sábado, 16 de octubre de 2010

Alma de cambalache.








Me malvendieron la ilusión en la esquina de aquel rastro.

Que si a cero treinta alguna idea, por un euro sueños de futuro y por tres la felicidad, de regalo un plan huida. Gritaban las gitanas, con los dedos ensortijados y una chispa de ingenio y ron en la mirada.

Y las suelas de los zapatos, se perdían entre el mar de puestos, que aquellos hombres como vigías con esas velas manchadas a las espaldas y esas patentes de corso a la vista, se dedicaban a otear.

En busca de un mercante encallado, de un hombre al agua; como tiburones de pecera, como gallos en su corral. Los compradores se dejaban engañar.

Un anciano quema piedra debajo del cartel de su puesto, “Ojalatería”, que él la llama; a pesar de que no venden besos, ni poesías ya escritas, ni soluciones fáciles, ni máscaras tras las que esconderse.

Qué no payo, que aquí solo vendemos recambios; pues quiero un alma de repuesto; pues te jodes pisha, que en oferta solo tengo carburadores.

Y el fluir del dinero me arrastra, entre los puestos, en los que palian su falta de almas con vodevil; “hoy de once una, les ofrecemos a los señores mentiras lisonjeras, como que a la señora le favorece esa chaqueta o que es perfume aquella cicuta”.

Siguen sin vender almas, pero que busque más p´adentro. Más p´adentro me ofrecen una manzana, me aseguran que no está envenenada, pero para que la quiero yo, si no me van echar de ningún paraíso por hincarle el diente.

En esa misma callejuela, buhonean bragas a un euro; qué para que almas “miarma” si tú a una muchacha le regalas dos de estas y la tiene a tus pies; es que sería irónico, le explico, algo así como que Dillinger regalase cajas fuertes a los bancos.

Amenaza con echarme un mal de ojo y me voy con unas bragas en la mano.

El viento se dedica a levantar faldas, para comprobar cuantas mujeres compran aquí su lencería, me susurra el muy cabrón.

Me levanto las solapas de la cazadora y me voy por donde he venido. La gente va y viene, algunos en sus coches, otros a mí lado con las manos en los bolsillos.

Al girarme el mercadillo ya no está, el viento me pasa la mano por el pelo y me explica, qué como todos los buenos rastros, estaba dibujado en arena fina.

Sí, eso será, que la cal la pongo yo; con las suelas de las botas roídas, los dedos congelados y unas bragas en el bolsillo.

Por lo menos no me voy con las manos vacías.



-.Basado en hecho reales y aunque nunca jamás lo vaya a leer, va dedicado a Montero Glez, que al releerlo me ha recordado a "Cuando la noche obliga", a pesar de que nada tienen que ver (tal vez patine, pero creo que hoy es el cumpleaños del sujeto). Sabina me decepcionó ayer, se ve que es humano y los años pesan, Panchito Varona salvó la noche. La foto de un tal Germen, por no abusar más de Antonio Goya: http://www.flickr.com/photos/germencillo/

5 comentarios:

  1. Estupendo final, Yela. Me dejas encantado leyéndote. un abrazo.

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  2. Muchísimas gracias Marcos, me sacas los colores. Otro abrazo para ti.

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  3. O un gitano que se dejase arrastrar por la brisa, de aquí para allá. Pero es lo de siempre, quiere el poeta ser cantautor y el cantautor quiere ser poeta. La cosa es no estar nunca contento.

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  4. Gracias por la dedicatoria, amigo. Y por acordarte de mi cumpleaños.
    Montero Glez

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