miércoles, 13 de octubre de 2010

Cierre de fiestas.




Sobrevuelan aviones grises el cielo de tus dudas, revolotean en tu sien, balanceándose, con los talones ligeros y la mirada plomiza.

En el suelo, un mar de plásticos se empeña en separar el cemento de las gotas de rocío. Grava esterilizada, los jóvenes se pasean con vidrios rotos en la mirada.
El aire arrastra olor a Nochevieja, olor a cuero mojado, aroma a nuevas promesas, a proyectos tristes de futuro.

Y el chirriar de un mar de cabezas hace retumbar los tímpanos de los presentes, que miran aquí y allá.

En mí el destino no repara, como el rugir de los amplificadores que lejos de arrastrarme a ese bucle entrópico al que llaman concierto me acaricia tendiéndome la mano y me lleva hasta la barra.

Las farolas se creen sauces, el viento tiene complejo de Louis Armstrong y los retretes hieden a sexo inseguro.

Aun es joven la noche, y se mueve como si no le pesasen los zancos; tu mirada se cruza con la mía o eso querría yo.

Tu frente no sabe qué hacer, tus labios sonríen indulgentes. Y tus manos, qué decir de tus manos.

Mejor no decir nada, disfrutar del silencio que emitimos.

Ese mismo que se ahoga en las jarras de cerveza, que a falta de alma propia nos provocan, intentando sorber la nuestra.

En tu nuca se clavan las miradas de varios filibusteros de ojos cansados. Piratas de agua dulce, ahogados en whisky con naranja. Hay demasiados bucaneros preparándose para saltar al abordaje.

Demasiados tipos que quieren apagar un volcán en tus entrañas, en esta barra, en este mundo, debajo de mi piel.

Y pienso en ir a tu rescate, en ofrecerte fuego, a ver si te animas y saltas de la sartén.

Pero qué cabo iba a lanzarte si en esta chalupa de velas harapientas solo tenemos cuerdas para echarnos al cuello. Podría tenderte la mano, pero lo mismo me agarrabas el brazo y yo te agarraba a ti y decidía no soltarte.

Así que prefiero que te ahogues. Que te jodan, que cantan ahora los Obús, pese a que yo solo oiga la guitarra de Mark Knopfler y la voz de Dylan diciendo aquello de que lento, se acerca un tren.

Tal vez el mío, lo anuncian en la estación; un “Aviso a navegantes” que el griterío enmudece.

La noche se acaba ¿Y qué nos queda?

El viento silba y si no da igual. Yo me noto perdido en un trigal mecido por el cierzo.

Ya nos hemos separado y la noche no es tan joven y vuelve descalza a casa, con los talones maltrechos y los dedos cansados de tanto cruzarse.

Y yo que solo quería marcharme con tu pena, me meto las manos en los bolsillos y tarareo, con la mala estrella a cuestas y un aviso de bomba zumbándome en la oreja.
Los labios me saben a lona y de los ojos me cuelga un lucero.

Soy una noche más viejo.





-.Qué estamos de fiestas y a mí tanta gente, tanto alcohol y tanto ruido me hincha bastante las narices. La foto de un paisano Antonio Goya, un virtuoso de la Nikon. Como retratista vale su peso en oro, muy velazquiano. http://www.flickr.com/photos/tonigoya

2 comentarios:

  1. Me ha encantado tu relato Yela, de cómo pasa una noche lenta y despiadada en una ciudad en fiestas cuando tú ya no tienes ganas de celebrar nada. Enhorabuna porque creo que cada vez escribes mejor. Tus constantes alusiones musicales, tus descripciones lo envuelven todo de un halo visual casi cinematográfico que bien pudiera haber filmado Buñuel...¿quién mejor para retratar esas velas harapientas?.

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  2. La vida es música Marcos y siempre llevamos un ritmo en la cabeza o en los pies o en el alma. Tal vez Buñuel sea el más indicado, pero a mí me gustaría ver como lleva mi vida al cine Tarantino. A un purista del cine como tú le parecerá una barbaridad, pero no sé, es tan grotesco, surrealista, violento, estúpido... pulp puro; sin ningún sentido claro, pero la vida rara vez lo tiene.

    Y si no que me compongan una canción, que algún judío de Nashville mienta y diga que esta es la historia del huracán.

    Un saludo, cuídate compañero.

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