viernes, 8 de octubre de 2010

Toque a degüello.




A falta de gaviotas, los suspiros encapotaban el cielo aquella noche.

Un zumbido de escepticismo arreciaba en sus oídos, la duda asomaba por sus ojillos pardos y un sus bolsillos aquellos dedos pequeños y dulces se entrecruzaban, sudorosos, buscando el abrazo de un igual.

Mientras, en las calles soplaba Cierzo, los vagabundos pegaban sus espaldas maltrechas contra los portales y echándose el aliento de polvo y tintorro contra las manos maldecían.

Y tú, qué harías en aquellos instantes. Qué más da. Los coches rugían. Los transeúntes intentaban librarse de sus cruces, haciendo que la Gran Vía rezumase a Gólgota contenido. Los grillos afinaban para su serenata de cada noche; como los jóvenes en sus casas, estirando sus piernas y mirándose al espejo.

El traqueteo de unas vías perdidas decía a todo esto que no y huyendo en zigzag se perdía lejos del mundanal ruido.

A mí me visitaba la suerte, tal y como acostumbra: pasando de largo y saludando con esa lengua suya de gato.

Esa que las mujeres de frente estrecha y labios tirantes me enseñan cuando les puede la condescendencia y se sienten obligadas a enseñarme algo.
Una lengua garduña, que lo único que gusta de relamer es un buen par de garras; al acecho. Con el cebo en diestra y el arpón del desengaño en la siniestra.

Un caleidoscopio de luces y sombras teñía el gris anaranjado de las calles, regando los pasos de cebra y los vidrios rotos. Los niños lejos de todo aquello, se dedicaban a soñar con formas obtusas que con el paso del tiempo irían cogiendo sabor y consistencia de cuerpo de mujer.

Así lucía la ciudad, que se dejaba mirar.

Y yo lo hacía, desde las alturas, sin miedo a dejarme caer. Notaba el sedal de mi vida correrme entre los dedos y perderse en aquel mar de sueños de infante que se esparcía bajo mis pies.

Un mar revuelto, que retumbaba alterado por el silencio trágico del romper de los promesas contra el malecón. Ni siquiera ese sonido, de agua estancada batida conseguía despertar a mi teléfono del tenue duermevela en el que parecía sumido. Ahí estaba, el muy cabrón, sin mover ni una ceja, callando y otorgando a aquella pose fingida el estatus de mueca.

No hubo más, tampoco hizo falta, nos quedamos mirando, él desde la mesita de la entrada encogía los hombros con malicia, yo como otras tantas veces no sabía que decir. Tal vez un “joder” hubiera sido lo más oportuno pero a mí nunca me ha gustado dármelas de oportunista.

Siempre he preferido ser un visitante inoportuno.

Un animal nocturno.

O un poeta, de esos que se plantan cara a cara a la soledad, le miran con los ojos ahogados en alcohol y se ven reflejados.

Alguna blasfemia a ritmo de blues. Una zarandaja, envuelta en sábanas frías y se acabó la noche.

Como acabó mi espera; que dejándome solo en la cama se zambulló en el vestidor, para salir disfrazada de decepción. De madrugada. De desamor.





-.La foto de : http://www.flickr.com/photos/juanesoc/ Y yo pendiente de mil asuntos y negocios, me jode y re-jode tener esto tan desatendido.

2 comentarios:

  1. Cada vezmejor, Yela. Me ha encantado tu manera de expresarte, tus palabras y esas descripciones tan visuales. Lo que más me ha gustado es "el traqueteo de las vías perdidas".

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  2. Mil gracias Marcos, es un placer saber que me lees. A mí fíjate que lo de las vías es de lo que menos me convence...
    Un saludo.

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