martes, 9 de marzo de 2010

A fish called Luismi

Hay personas que nos marcan; profesores sarcásticos, compañeros ingeniosos, vecinas de ojos azules e interminables piernas, ancianos que prefieren evitarnos sufrimiento con sus consejos, escritores que nunca conoceremos, pintores que ya murieron, o incluso niños que te hacen entender que querer es poder.

Lo curioso es cuando en uno de esos trances a los que la vida nos evoca, cara a cara con una de esas personas irrelevantes que parecen no cambiaran nuestra vida, te das cuenta de que tu vida está hecha de todos los roces que poco a poco hicieron vidas que circulaban por el raíl perpendicular.

Somos un cúmulo de cicatrices de metralla en el lateral de un tranvía.

Me acuerdo de ti. Fuiste un gran pez.

A Luismi:

“Luismi me miraba, maldito pez bastardo, no me quita el ojo de encima nunca, coma, duerma, llore o me masturbe tengo esa mirada vacíamente acusadora clavada en mí.

Es como el resto del mundo, deslizándose por aguas en las que el mismo defeca, interesado solo en que le llueva la comida del cielo y que de vez en cuando, esa agua pantanosa e insana que es su vida se convierta (por obra y gracia de terceros) en una charca cristalina, en la que volverse a cagar.

Me asqueaba el muy cabrón, de no ser por esa sorprendente capacidad que tenia de escucharme y de hablarme en los momentos más bizarros y oportunos habría volado ventana a través contra los coches muchos meses antes, pero ahí estaba, cebándose como un gorrino, y dando vueltas en aquella pecera que tenia tatuados los versos de “Amor Castúo” en un lateral.”

Luismi Monteagudo Sinmadre (28-4-2009 12-8-2009), eras un gran complemento de escritorio.

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