lunes, 8 de marzo de 2010

La tinta al secarse, se torna inútil.

Sigo con la nivolilla, escribo menos, porque tengo menos ganas de escribir:

Capítulo II

Mi posible alter-ego giro la cabeza con tanta presura que le crujieron varias vértebras, sus ojos trazaban un arriba-abajo frenético en la búsqueda de otros ojos a los que engancharse.

Una vez el contacto visual se trazo, al ver los ojos fríos del visitante el anciano pensó seriamente en que los ciegos se quejaban de vicio. Hay cosas que duelen más que todas las hostias que te puedas dar con el marco de la puerta, Stevie Wonder.
Muchas veces te perjuras que lo que ves en un vagón de cola, especialmente si es del tren más bonito de todos los que has visto partir de tu andén, no volverá, de la aparente nada a por ti.

Hay que joderse.

Sus ojos seguían siendo los de siempre, de un azul aguamarina que se iba aclarando según se acercaba a la pupila. Lo que son unos ojazos, carallo.

Zambullirse en ellos era como tirar una piedra al mar, veías las hondas alejarse grácilmente del centro, podías pegarte horas mirando a las hondas, pero de la piedra ya podías despedirte. Esos ojos eran como una ratonera.

Él se acerco, ella mantuvo la posición.

Él le hablo, ella se limitó a sonreír.

Se sintió piedra durante un segundo eterno, se hundió en aquellas aguas bravas.

Y cayó, “Dios” sabe a dónde… Perdido en el azul- Lost in blue- Perdu dans le bleu.

Un golpe seco le despertó, por el rayo de sol que entraba por la ventana y que parecía ensalzar (su ya de por si cantoso) olor corporal, debía ser media mañana.

Un vecino de regio porte y poblado bigote le espera al otro lado de la puerta.

Rondaría los treinta años, veinticinco de los cuales aparentaba haber pasado levantando pesas.

Cansado de todo y todos, el retraído anciano se levanto de su roído sofá, y cruzo de pisando (como si de la vendimia se tratase) todos los bártulos que había tirados por el suelo. Llego a la puerta, la abrió, y pujando todavía por no caer redondo presa del cansancio, abrió la puerta.

-.Buenos días Antonio, ¿Qué le trae hasta mi cueva?-. Pijama, calcetín manchado de sangre, pelos completamente enmarañados, zenit del desarreglo, cumbre de lo estrafalario.

-.Tardes ya Alberto, que ya pasan de las cuatro… ¿Te encuentras bien? Tienes muy mala cara-. Respondió el vecino, sorprendido de que el profesor, de siempre ejemplo de pulcritud y decencia se apareciera ante el disfrazado de Viejo Loco Majareta.

-.He tenido rachas mejores-. Susurro Alberto con los ojos vidriosos -. Pero bueno, supongo que mi estado anímico no es lo que te ha traído hasta aquí-. Corto el anciano intentando encauzar la conversación y llevarla por derroteros que le fuesen más cómodos.

-.Oh ya, sí, bueno mira, es que según parece han venido a verte mientras no estabas, o estabas indispuesto, bueno… le han dejado a mi mujer esto para ti-. Explico Antonio mientras le estiraba a su septuagenario vecino una carta.

-.Vaya. Muchas gracias-. Dijo encorvado el anciano, recogiendo la carta.
Tras una despedida vulgar en grado sumo (Ya-nos-veremos-cuídate-y-recuerdos-a-la-parienta), portazo y para dentro, dirección sofá.

Se sentó, se estiró, se tumbó, decidió mirar fijamente al techo, y 23 minutos y diez segundos después de haber a comenzado a observar el gotéele se creyó capaz de leer.
No traía remite, “se les habría olvidado a esos perros de la universidad”, pensó hasta que el abrir el sobre (Ras, ras, flap) se dibujo sobre el folio una letra burda y desigual, sello inmortal que había dejado indudablemente un boli bic azul.
Eso no era de la universidad.

Pegada en la esquina superior derecha de la carta en cuestión, una pequeña llave color plata, Alberto atónito comenzó la lectura, que más que a las postales que sus sobrinitos le mandaban desde Salou años atrás, le recordó a los epitafios que había leído en sus visitas al cementerio.
La carta rezaba:

“Su vida está acabada.

Por lo menos como la conocía hasta ahora. Usted sabe mejor que nadie que ha cambiado, pero no se engañe joder, no es culpa del despido y de la consecuente soledad, no es culpa del cáncer y del sentimiento de muerte anunciada en el que vive.
Usted ha cambiado porque se ha cansado de actuar.

Es verdad, no se conoce, no sabe quién es, cierto que la ojeriza y el sueño le confunden, pero amigo, el estado de duda profunda en el que vive no es achacable solo a las noches en vela.

Le ofrezco la redención, el desquite por todas esas falsas victorias que conjugan tu vida. Coge la llave que te adjunto, cógela y úsala, en la calle tienes un regalo. Asomase por la ventana.

Si me buscas me encontraras, y si no casi seguro que también.

Amablemente tuyo.
David Yela”



Cuando en 15 líneas, han captado tu existir, su sentido y además te han dejado intrigado, estas capacitado a decir que han puesto en jaque tu vida.


(Son las 3:21, no debo seguir escribiendo. Me voy a la cama.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario