martes, 2 de marzo de 2010

Trainspotting

Desperté sin resuello, mis pulmones, de luto como el resto de mi cuerpo, se negaban a trabajar, mucho menos a deshora, para un cínico explotador.

No me conocían, era un furtivo en aquel viejo despacho, destartalado, salvaje, indómito, como la mierda al salir, de la misma forma decidí visitar yo mis adentros.
Sin saber lo que encontraría, me aferre a cada centímetro de mi piel, a cada pelo, a cada cartílago, a cada pequeña vena rota que ruborizaba mi gesto.

Y entré.

Túneles, recovecos y un destartalado gotéele que cubría las desvencijadas paredes de mi conciencia, y me sentía distinto, y no encontraba el camino.
Y veía a antiguos compañeros, a hostigadores que las lagrimas habían borrado con su discurrir, en los adentros de mi alma, aun había sucias manchas de humedad.
Y me canse de caminar, pero no me sentí en paz.

Este cuerpo no era el mío, no conocía mi alma y mi mente, independiente un gran misterio sin patas.
La soledad, en los adentros de las cuevas tan negras, cuando rompes el silencio con un desgarrador latido de los que salen por la garganta, se atreve a contestar, y entonces, oyes como el mismo desgarro, girado y resentido te dirige una mirada.

¿Y que en paz puedo estar con alguien que no soy yo?

No, yo soy aquel.

Aquel que en mi existir manda.

Aquel que en mi alma rebusca.

Perdido entre mis neuronas tullidas, que circulaban sin descanso, apremiadas, recogiendo a sus compañeras heridas y apartándome de su camino.
Me uní a su procesión, ¿Quien mejor que yo para ser costalero de mi propia intelección perdida?

A bases de izquierda-derechas pasamos por el corazón, negro zigzag de grises carreteras otrohora abarrotadas, en las que hoy (o en aquel momento, que por un instante existió) tan solo se hallaban perezosos conductores de emociones pasivas.
Aquello no era mío.

El estomago como siempre revuelto no fue fácil de cruzar, bilis tormentoso, se colaba en mi cubierta, ahogándose endorfinas a estribor no pude hallar la paz.
Una vez en puerto, allí la encontré.

No era como antes, no era tan alta, no era tan esbelta, sus ojos ya no eran tan verdes, y sus cabellos rizados rezumaban pesadez.

La mire a los ojos, vidrios quebrados tras un manantial que pretendía señalarme el mar.

Mire mis manos.

Ya volvía a respirar con normalidad, me levante, bebí agua, me senté en el quicio de la cama, cerré los ojos.

Qué difícil es retirar un tequiero.

Que difícil morir en paz.

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